Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


Lluvia en Gredos

06/03/2020

La lluvia en Gredos es un privilegio. Me gusta subir a Gredos cuando entran los frentes del oeste, y chocan contra las paredes de granito. Me gusta llegar antes, cuando la lluvia aún es un presentimiento que eriza la piel de la sierra. Entonces, como un estremecimiento, la tierra muda de textura, se vuelve húmeda y febril. Los helechos arden y las copas de pinos resineros y melojos empiezan a bailar al son de una brisa invisible y antigua. Empiezan a manar veneros, los arrendajos cruzan la espesura bajera, y las águilas se refugian. Es entonces cuando sé que va a comenzar a llover.
Llueve sobre Gredos. Subo por las antiguas pistas de macadán, gastadas y olvidadas. Llueve con fuerza mientras dibujo en el cuaderno de Proyectos la casa forestal de Prado Lobero, por encima de La Higuera. Bóveda perfecta. Huelo el tomillo nuevo, tierno y recién hecho. Llueve a oleadas, a veces gotas finas que empapan y calan. A veces chaparrones de abril, gotas gordas y espesas. Huele a Gredos. Pero también a océano, a sal y a vida. El agua va mojando mi cuaderno y disuelve la tinta. De fondo las esquilas de una punta de cabras. Y el agua bajando por el regato de Capuchinos. Es Gredos.
Continúo subiendo. A veces me gusta jugar a llegar a la cota de la nieve, alcanzar esa cota temblorosa donde las gotas de lluvia se hacen nieve, o la nieve se transforma en lluvia, y quedarme allí contemplando la magia de ese oleaje sobre Gredos. Hoy no, la temperatura es muy alta. Quizá no esté nevando ni en las cumbres. Subo muy despacio por una pista lateral, despacio, millones de narcisos amarillos vencidos por su gota inmensa de lluvia o rocío. El coche resbala por el barro. En la radio suena la Suite nº 1 de Iñaki Sandoval. Recuerdo otros años, ya lejanos, de trampales y agua brotando a chorros desde cualquier pared de Gredos. Hoy no. Aún no. Pero la lluvia se convierte en niebla, los árboles en lanzas y todo lanza un fulgor preciso y atemporal, como si siempre hubiera estado ahí, hubiera sido así, y quizá haya traspasado una puerta mágica que me hace entenderlo.
Paro junto a los troncos apilados del Prado Bilis, jurisdicción de Santa Cruz del Valle, camino de la Erita de los Lobos. Los troncos aún sangran resina, petrificada en sus venas. Inspiro con fuerza el olor a vivo. A vida. A Gredos. Como un trozo de pan con queso. Rayo juega entre los troncos. Me pide lo suyo. De vez en cuando echo un trago de agua tibia de la fuentecilla. Las nubes cruzan arriba a otra velocidad, en otro mundo. No intento descifrar el caos. Porque todo es perfecto. Llueve y me gusta que la lluvia me vaya calando. Me quito el sombrero y dejo que la lluvia empape mi pelo como un bálsamo o quizá como un lienzo protector. Lluvia en Gredos.