Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


Los ríos no deben pedir perdón

05/04/2024

No. Los ríos no deben pedir perdón por llevar agua. Mucha agua. Este es su mundo. Vivimos en sus orillas, los canalizamos, trasvasamos, contaminamos, usamos…; los desaparecemos, amputamos, desvirtuamos… Talamos las alas de sus orillas, alamedas temblorosas, sotos umbrosos y frescos… Convertimos sus riberas en vertederos, escombreras y rodaderos. Pero la tierra es de sus ríos. No. Los ríos no deben pedir perdón por despertar, coger caudal, explotar y arrastrar tierra y cienos acumulados, siglos de penas y agravios. Hace tiempo, en una de las crecidas inmensas del Tajo de la niñez y de los años setenta, encontré, volteado por la crecida, un panel de azulejos de cerámica de tres o cuatro siglos atrás. Entonces el Tajo bajaba con espumas como icebergs en la azuda de La Morana, en la linde de Patrocinio y el más allá. Descubrí entonces que el Tajo oculta la belleza de lo imprevisible, el fulgor de la verdad.
Los ríos no son números. No se pueden reducir a hectómetros cúbicos almacenados o almacenables (o trasvasables), o a metros cúbicos por segundo circulantes. En un río vive la arteria clave de un territorio. Siempre que exploro por primera vez un paisaje, busco cuál es su río, por pequeño que sea. De dónde viene y hacia dónde va. Sin ellos la tierra es desierto, como aquella tarde que crucé andando el esqueleto de un Ojo desecado y quemado del Guadiana. Con la ceniza de la turba hasta la cintura entendí lo que es un paraíso perdido.
Pero ahora hay que irse a los ríos. Al Tajo y al Gallo, escurriendo de la piedra por cada poro. Al Guadiela, con sus los barbos inmensos remontando la corriente desde los fantasmas de La Isabela, a la vera de Ercávica, felices, en ese territorio incierto de Los Castillejos, entre Villar del Infantado y San Pedro Palmiches. Al Mundo, a verlo estallar una y otra vez, salir de las entrañas de su tierra y labrarse su camino sin pedir permiso. Al Júcar, al Escabas, al Cuervo, al Salado, al Dulce, al Tajuña desbordado en barro y reflejos, el Henares bronco. Al Alberche llenando por derecho su puente antes de llegar al Tajo. Al Tiétar recogiendo las gargantas de granito y la nieve derretida en Gredos. Al Guadyerbas y a todos los brazos del Alcañizo, ríos querenciosos de cigüeñas negras y águilas imperiales emboscadas en sus horcajos. A mis ríos de la Jara, a un lado y otro, Piedraescrita caballete y divisoria: el Jébalo y el Pusa, el Sangrera y el Cedena y el Torcón tajado a la sombra del castillo de San Martín… El Estena olvidado, el propio Estenilla, cayendo por Rosalejo hacia el Guadiana en Cijara. Y el Guadiana, la maravilla del Guadiana rompiendo la piedra aguas abajo de La Puebla de Don Rodrigo, labrando sus Hoces a la sombra de la Sierra de los Bueyes, abrazando y tapando el mudéjar del venerable puente de Villarta. Y el Ibor, y el Gualija, y los Guadarranques, y el Guadalupejo, y el Almonte y todos los ríos del mediodía hacia Extremadura. Todos. Y los desamparos de la Mancha, los ríos ya sin agua: la madre del Guadiana bajo Peñarroya… Záncara, Azuer, el Gigüela latiendo y fluyendo, el Córcoles… Y el Tajo. Amputado y olvidado en el territorio de la infamia, entre Bolarque y Aranjuez; pero libre por una vez en Toledo y Talavera de la Reina.
No. Los ríos no tienen que pedir perdón por ser ríos. Primavera afortunada. Gracias.