Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Queridos abuelos

27/07/2023

Quienes no han conocido a sus abuelos no saben lo que es el amor desinteresado, generoso, plagado de mimos y de esos caprichos que se ofrecen a quienes son tu prolongación, pero con un mando intermedio, los padres, que asume las grandes responsabilidades. Que impone las normas. Los abuelos están para proteger, para cuidar y para firmar esa complicidad con los nietos, a los que llegan a perdonar pecados y faltas que nunca hubieran consentido a sus propios hijos, ante los que se rebelan, si es menester.
El 26 de julio, San Joaquín y Santa Ana, se festeja a esas figuras que están ahí regalándonos su experiencia, su sabiduría y su fortaleza. Su respeto, su tolerancia y sus valores. Los abuelos, viejos, mayores, ancianos, da igual como los llamemos, son seres mágicos que nos ofrecen todo y que, en esta sociedad en la que vivimos, no encuentran la recompensa que se han ganado durante toda su vida.
Muchos de ellos han sobrevivido a una guerra fratricida, han pasado penurias y han superado batallas con un garbo que ya quisiéramos las generaciones que les hemos sucedido. Muchos de ellos han fallecido en la más cruel soledad durante la pandemia, han permanecido años enclaustrados en las residencias, alejados de sus seres queridos, hurtándoles esos abrazos que les alimentan mucho más que cualquier vacuna o medicación. Las administraciones, los gobiernos no lo entendieron. Lo peor, es que tampoco han extraído lecciones que compensen tanto sufrimiento, tanta desolación.
La sociedad no ha sabido responder ni crear un sistema, no sólo para ofrecer comida y techo a nuestros mayores, sino para darles una vida digna cuando por motivos de salud o por el devenir de la propia existencia, se ven obligados a permanecer en la soledad de su hogar o a ingresar en una residencia. El sistema está pensado para los jóvenes, para los adultos hasta una cierta edad, pero, ¡ah!, no sé por qué, los que mandan, los que deciden, ignoran a los ancianos, les someten a una vida sin alicientes, más allá de garantizar su respiración, esperando a que llegue su hora. Suena duro, pero es así.
Lo de celebrar un día para felicitar a los abuelos no es sino una mera anécdota. Urge que las administraciones, los gobiernos, establezcan medidas para que los ancianos no sólo tengan vida, sino que le den sentido a esa existencia. La soledad cuando es elegida es una liberación. Cuando es impuesta es una forma de morir lenta y tortuosa. Nuestros mayores, además del amor de los suyos, necesitan recursos, lugares a los que acudir para compartir sus experiencias, centros de día que les ofrezcan un espacio de ocio para disfrutar en un mundo que les va robando a aquellos con los que compartieron sus mejores años, sus añoradas batallas.
Las residencias, que los políticos sólo visitan para la foto, han de ser hogares, no aparcamientos. Vuelvo a reivindicar el Hospitalito del Rey, por cierto. Se deben vigilar las condiciones de vida de los mayores, ofrecerles actividades para desarrollar sus capacidades, para evitar que su cotidianeidad se reduzca a comer y dormir. Urge llenar los vacíos de las horas perdidas, con esa música que tanto evocan, ese cine que les hizo felices o ese contacto con los jóvenes que les enriquecerá y les hará sentirse orgullosos de la huella que dejarán en el mundo. Ellos, nuestros queridos abuelos.