'Toledo es impresionante' fue el eslogan de una campaña de turismo en 2012, cuando García-Page era alcalde y la ciudad se nutría de la resaca de Carolus, mientras se preparaba para una efeméride que marcaría un hito cultural: 2014, el aclamado Año Greco. Después, llegó un periodo decadente, que la dejó sumida en un pozo de desidia que ahora urge superar para recobrar la vitalidad de antaño. Porque el esplendor nunca se ha perdido.
Toledo sigue siendo impresionante. Esa acertada afirmación, me ha venido a la mente tras leer la opinión sobre nuestra urbe de una señora que ha dicho, en un medio digital, que Toledo está sobrevalorada. Obviamente no la voy a citar, entre otras razones porque no me acuerdo de su nombre, pero lo cierto es que esta dama se ha hecho famosilla promocionando su atrevida ignorancia, su escasa formación y su insuperable falta de respeto a un enclave que ha guiado la historia de España, con un poderío y un orgullo que los toledanos estamos obligados a mantener.
No puedo creer que exista persona en el mundo que no se impresione al entrar en la Catedral, que no admire el imponente Alcázar o no se emocione al contemplar El Entierro del Conde de Orgaz. Si a alguien no le gusta callejear por la Judería o mirar el espectáculo de Toledo desde el Valle, es que tiene menos sensibilidad que un gato de escayola. Y eso le debe ocurrir a esta mujer, que, tristemente, se ha dado a conocer despreciando un patrimonio que no sólo es nuestro, sino de la humanidad. Ahí queda eso. Y es que, queridos lectores, con nuestra ciudad ocurre lo mismo que con nuestros hijos: conocemos sus defectos, pero que nadie ose referirse a ellos con desdén. Que no nos los toquen, porque son nuestro tesoro más preciado. 
Tal vez lo malo de Toledo es, precisamente, que se ha quedado anclada demasiado tiempo en esas magníficas construcciones, en ese colosal patrimonio que rebasa nuestro entendimiento, y no ha sabido adaptarse a la sociedad actual, profanada por ciertos visitantes, que, como la susodicha, ni siquiera saben apreciar la joya que están pisando. 
Toledo ha sucumbido, como otras muchas ciudades, a la tiranía del turismo, a un afán por ver, sin mirar, una cultura de una trascendencia inimaginable en nuestros días. Que conste que también reconozco los defectos de una ciudad de configuración imposible y con un Casco Histórico carente de infraestructuras básicas para cubrir las necesidades de unos residentes, convertidos en auténticos supervivientes. Y qué decir de la falta de dotaciones culturales, zonas verdes y de ocio que padece, en su conjunto, nuestra dispersa ciudad, que pide a gritos dinamizarse y adecuarse a un siglo XXI que se nos escapa.
Así pues, señora «que se cansó de estar en Toledo a los cinco minutos de llegar», dedíquese a escribir de asuntos intrascendentes, del color del esmalte de las uñas, por ejemplo, que nosotros queremos visitantes que valoren nuestras maravillas. Aquí tenemos una ingente labor por delante: cuidar a los que vienen, pero, sobre todo, a los que se quedan.