Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


Los árboles que mueren de pie

17/11/2023

Tengo pendiente escribirle al pino de los Arcos del Prado. Últimamente escribo a demasiados árboles que se van. Que se llevan. Es probable que eso sea poco importante. Pero para alguien como yo lo es. Alguien como yo. Los árboles forman parte de mi geografía sentimental. Las ciudades, los espacios, guardan. Nos guardan. Los árboles hablan. Al menos a mí me hablan. Decir esto, cruzando estos tiempos y estos territorios, tiene sus riesgos. Pero me da igual, como siempre me ha dado. Sí, los árboles me hablan, incluso lo hace su vacío cuando ya no están.
Estaba entre las ruinas de Walili, la Volubilis de la Mauritania Tingitana, cuando me enviaron una fotografía del pino derribado. Ya había dejado de llover. Levanté la cabeza sobre el arco de triunfo de Caracalla. Las nubes trepaban por el monte Zerhûn. A media ladera surgió el castro blanco de Mulay Idrîs. Titus Burckhardt escribió que, cuando se viaja al oeste, de Fez a Mequinez, el monte Zerhûn surge en el horizonte como una ola con tres crestas. Allí lo tenía. Por un momento el sol rompió las nubes y recordé el brillo de la copa del pino de los Arcos del Prado, contrastando con las nubes navegando hacia el este, después de las tormentas de primavera.
Al pino piñonero del Prado lo acabó de tumbar el viento. Pero la herida ya venía de lejos. Le amputaron la mitad cuando estorbaba a la máquina que hacía el muro pantalla del túnel de El Corte Inglés bajo la avenida Salvador Allende. Así, sin más. En Talavera ha ido quedando lo que no ha estorbado para hacer negocios o pisos, casi siempre a los mismos, los que han hecho y deshecho la ciudad a su antojo, y a los que lo siguen haciendo. Algún día habrá que escribirlo y describirlo. A lo que iba: al pino, en el horcajo le cortaron la mitad que derrotaba hacia poniente, hacia los vientos dominantes y más peligrosos. Hará cerca de veinte años o así. El árbol quedó mutilado y desequilibrado. Ha aguantado, sí, era único. Pero estaba condenado. Los árboles de ciudad saben cuándo están sentenciados. Como cuando Katy Jurado ve alejarse a Slim Pickens, con un balazo en el vientre, hacia el río en aquella película de Peckinpah.
Los árboles de Talavera. Ya he escrito por aquí que son la metáfora perfecta de la ciudad. No hace mucho talaron los olmos del JAJE. No olvido a la encina de la general, ésta en Cazalegas, que amputaron una y otra vez, a la que echaban en las entrañas ácido de baterías, sólo porque estorbaba. Murió. Y sí, siempre hay una excusa. O dos. Es probable que empieces a no ser de un lugar cuando cada vez te reconoces menos en él. O que ya no lo seas definitivamente cuando comienzas a no reconocerte en él. La palmera de la rotonda del Carrefour, la que salvaron de la ruina de la casona del callejón del Horno, ha caído por el picudo rojo. Como tantas. Pero sólo son árboles.
Quizá dejes de ser de una ciudad cuando, al mirar, ya sólo ves sombras como huecos, como los vacíos que deja en el bochorno de las tardes de junio el vuelo rasante de las golondrinas suicidas. Quizá eso sea la vida. Al menos el pino piñonero de los Arcos del Prado murió de pie. Luchando contra el viento. Aunque con la cuchillada antigua en el costado. Espero que a su gemelo se le proteja, se le deje vivir o morir a su ritmo y en su tiempo. Y se plante un nuevo pino en el vacío que ha quedado. Así, dentro de un siglo o siglo y medio, cuando alguien que hable con los árboles pase junto a él, le pregunte que quién es más viejo: si el pino o la ruina de Tresku.