Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Cuestión de respeto

20/07/2023

No sé en qué momento nos equivocamos. Ignoro cuándo esa generación de niños que nos criamos en la calle, que merendábamos pan con chocolate, que pasábamos las horas muertas jugando a la comba y que nos quedábamos mudos con ese 'verás cuando se lo diga a tu padre', nos perdimos en nuestro mar de valores para querer romper reglas, a veces excesivas, pero que a nosotros nos sirvieron para aprender algo tan básico como el respeto.  
Quizá cuando a nuestros hijos se les dio manga ancha en el hogar y en la escuela, asumiendo prácticas que nuestros padres o maestros nunca hubieran consentido, fuimos dejando poco a poco que nuestro mundo se derrumbase. Y me refiero a esa sociedad que tolera, pero que requiere unas normas para seguir funcionando. Y que es preciso retomar: si el niño suspende varias asignaturas, debe repetir. Si pinta grafitis en las calles porque le gusta estropear el mobiliario urbano, ha de ser sancionado. Y si se junta con sus colegas para beber, poner música a todo volumen, ensuciar las calles e impedir el descanso de los vecinos, es preciso que aprenda porque no entiende de civismo. Y sus padres, tampoco. Y esto no va de clases sociales.
Esa falta de respeto, esa ausencia de valores elementales, entre jóvenes y adultos, se nutre ahora de armas poderosas y dañinas. Sibilinas: las redes sociales, que, sobre todo en estos días, previos a las elecciones generales, asustan transmitiendo comentarios de odio, bajo el cobarde anonimato de quien atenta y acosa a las personas que se atreven a disentir. Ignoro cuándo empezamos a normalizar perseguir al otro, cuándo se permitió el insulto gratuito, sobre todo por parte de quienes vivimos con total normalidad una Transición en la que los representantes de distintas ideologías dieron un ejemplo de tolerancia al pactar una Constitución que incluía y arropaba a todos.
Tampoco entiendo en qué punto aquellos que quisieron atentar contra nuestra Carta Magna fueron tratados con aquiescencia por quienes tenían el deber de garantizar que esa norma acogiera a los españoles. Sin diferencias, con los mismos derechos e idénticas obligaciones. Imagino que la degradación de un sistema, que nació con el fulgor de la esperanza y evolucionó, en muchas ocasiones, con privilegios para unos cuantos frente al silencio y la resignación de otros, ha conducido a una sociedad que no tolera, que etiqueta al que osa cuestionar principios establecidos como esenciales, simplemente porque los beneficiados pretenden mantenerlos de por vida.
En estos tiempos, más que nunca, es preciso imponer la cordura. Que el miedo no sea un arma para conquistar el poder. Que la libertad impere a la hora de que un ciudadano deposite su voto en la urna. Que nadie nos manipule con promesas milagrosas, mientras disfruta de prebendas inalcanzables para una mayoría que sufre dificultades para llegar a fin de mes o para encontrar un trabajo digno.
Recuperar un clima de respeto, de tolerancia y de solidaridad, es básico para garantizar la libertad de cada elector. Me niego a que me digan a quién tengo que votar. Me rebelo ante las coacciones y las amenazas. El mundo no se divide en dos bloques: está lleno de ricos matices que cada cual puede abrazar a su manera. El único privilegio del que hemos gozado algunos es contribuir a elegir nuestro gobierno. Y hemos asumido que debemos acatar el resultado, aunque no nos guste, porque decide la mayoría. Eso se llama democracia. Y es sagrada.