Miguel Ángel Flores

Amboades

Miguel Ángel Flores


Necedad

11/01/2021

Érase una vez un reino, en el cual en ese país de necios (y de necias) el mulo es el rey. En ese reino o país, que ahora muchos lo llamarían por eso de la modernidad estado, como digo, después de muchos avatares en su dilatada historia, a lo largo de cientos de años incluso miles de años atrás, pasaron muchas cosas, unas buenas, las menos y otras muchas más, las malas.
Lo bueno por lo visto es que después de tantos años, las cosas de la vida de los habitantes en ese reino desde entonces y hasta ahora siguen igual, es decir, como siempre y todos quienes han ido detentando el cargo de jefe supremo o rey, han tratado y tratan al pueblo como si de un ‘gran necio’ se tratase. Porque además la respuesta del pueblo, en verdad es como si fuera un necio de marca mayor, ante las respuestas que da a quienes se atuoerigen como jefes responsables del pueblo. Dicho de otra manera, los dirigentes cercanos al rey con un mando (que no autoridad) hacen y deshacen a su antojo sobre el pueblo, sin que éste proteste nada de sus maldades, las maldades de los dirigentes de ese reino.
Tristeza para ese pueblo de ese reino, pero como se dice por ahí, ‘en su pecado va la penitencia’, si ese pueblo confiado, o sea, bueno, que no necio, digamos se deja hacer o permite que hagan los dirigentes y el rey lo que quieren, pues en puridad es necio.
Qué lástima de país o reino que ese pueblo se le trata así, por parte de sus dirigentes y el jefe supremo de ellos su propio rey, de esa manera tan sibilinamente engañosa, saturándole a muchos malestares envueltos de luces brillantes y fuegos de artificio y mucha fiesta, pero en verdad son solo eso, malestar para el pueblo, más que bienestar. Y cómo no, hay que mantener secularmente al pueblo y a sus habitantes como verdaderos necios y, encima hacerles sentir y que perciban que estén orgullosos de ello, mientras los dirigentes y quienes mandan siguen en su elite de ese reino, que sabiendo como funciona, no me gustaría vivir en él ni un minuto, ni como habitante ni mucho menos como la elite de los dirigentes, porque la verdad vivir entre corruptos y malvados, tampoco parece ser un paraíso. Menos mal que yo no vivo en ese reino; vivo en otro lugar que prefiero no decir donde ni cómo es.