Alejandro Bermúdez

Con los pies en el suelo

Alejandro Bermúdez


Gestión sanitaria: otra asignatura a recuperar

05/04/2020

Uno de los hechos que me han hecho caer «los palos del sombrajo», que me ha quitado la venda de los ojos sobre la realidad de nuestra Sanidad ha sido la carencia de mascarillas. Jamás hubiera pensado que un instrumento tan rudimentario –no es un acelerador de neutrones- pudiera ser un problema en España. Lo mismo los protectores de los sanitarios, que al fin y al cabo son unos impermeables de plástico que los regalan las entidades bancarias por abrir una cuenta. Lo de la carencia de alcohol ya es para nota.
Jamás se me hubiera ocurrido pensar que el Estado no tenía previsión y menos provisión de medios tan rudimentarios. Nunca hubiera creído que nuestra industria no estaba preparada para inundar España de inmediato de mascarillas y uniformes de protección para quienes los precisaran por su actividad. Nunca he sido un enamorado de la gestión pública, pero con la ingente cantidad de medios que maneja pensaba que estas y otras situaciones las tendría previstas y la solución a tic de ratón. Para mí ha sido increíble ver a nuestros sanitarios haciendo impermeables con bolsas de basura. Esto, permítanme, además de cutre, en estas circunstancias es homicida.
No solo no dudo ni mucho menos de la profesionalidad de los servidores públicos, todo lo contrario, constato su altura y su abnegación. Lo están demostrando sobradamente en las terribles circunstancias en que afrontan la situación. No es problema de los profesionales sanitarios, como estamos viendo, pero la Sanidad también es previsión y provisión de medios a tiempo.
El problema está en la gestión: previsión y provisión. Ninguna ha existido. Las personas de la calle no nos podíamos esperar una situación como esta. De hecho no se ha conocido en los tiempos modernos en el mundo avanzado. Sin embargo hace meses que se conoce la existencia de este virus y que la Organización Mundial de la Salud había dado la alarma ya en enero. En enero ya se conocía cómo era la enfermedad y por tanto la Sanidad, no los empleados de ella pero sí quienes tienen encomendada su gestión, deberían haber empezado a ver qué medios podían ser necesarios y cómo se podían producir en la cantidad que fuera necesaria. Nada de esto se hizo.
Después de la clamorosa imprevisión, la posterior gestión ha escrito capítulos que, de no tratarse de asunto tan serio, merecería estar impreso en las páginas más mordaces de las revistas de humor. Después de hacer oídos sordos a las alarmas de la Organización Mundial de la Salud, consienten y promueven concentraciones de todo tipo; tardan en decretar el confinamiento, perdiendo un tiempo precioso que solo Dios sabe las vidas que nos va a costar.
La gestión de las compras merece capítulo aparte: diecisiete entes –Autonomías- desorientadas, descoordinadas e insignificantes una por una, intentando proveerse sin saber de dónde ni cómo, hasta que al señor Estado se le movió el cuajo y empezó a hacerlo, pero como tampoco estaba muy puesto en estas lides después de no ejercerlas durante años, el resultado  está a la vista. Todavía en muchos hospitales tienen que descartar a las personas menos viables por falta de respiradores y aún carecemos de elementos para hacer pruebas masivas de contagio.
La conclusión es que, con unos magníficos profesionales hemos hecho un mal sistema. Preguntémonos por qué.