Miguel Romero

CATHEDRA LIBRE

Miguel Romero


Quedó la honestidad

28/06/2021

‘Mi Alma en cada verso, camino del cristal’, podría ser el comienzo de mi subjetivo testimonio, porque tal vez puedan ser estas palabras de un verso de Tirso Moreno, el que dignifique mi propuesta, la que parte desde el corazón y la que bien me dice: ‘mujer, qué grande eres’.
Decía una historia judía, en plena etapa nazi, que «el sacrificio personal es el testimonio más poderoso y la mayor herencia que una persona puede recibir o puede ofrecer».
Y a cuento de qué -dirán los lectores- y tampoco sabría dar respuesta, pero sí hay algo dentro de mí que quisiera mostrar en palabras cuando pienso en el valor, serenidad, tesón, sentimiento y sacrificio que miles de sanitarios han dado por los demás, por nosotros, por el mundo. Y muchos -torpes en su dialéctica- han querido disminuir en valores al reclamar para sí, que lo han hecho porque era su obligación; y eso que rompe el anacronismo de la realidad no estaría bien dicho, no saldría de su corazón, porque lo han hecho por obligación, sin duda, pero lo han hecho por esa ‘grandeza’ que encierra su corazón, el de cada uno de ellos y de ellas, dando incluso su vida por ese paciente sólo, enfermo, necesitado y abatido. ¡Cuánto ha valido -en decibelios del corazón- coger la mano del enfermo ante la soledad de la familia!
Y ahora, mi camino de reflexión va hacia alguien que me demuestra, día a día, cuál ha sido el valor de su alma, cuál ha de ser el sentimiento humilde en flor y nata que perfuma sus maneras de vivir, haciendo de su trabajo sacrificio constante hacia el prójimo, dedicando todo su tiempo, todo su saber, sin más colofón que la medida del ‘deber cumplido’, dejando esa piel -más blanca que azul- y esa sangre -más violeta que roja- en hacer valer los atributos de la sencillez y la humildad. Cumplió su compromiso, sin más a cambio que su satisfacción en creer que ha hecho todo lo que ha podido, sabido y permitido. Pero ha sido grande en su ejercicio, no sé si tendrá el reconocimiento merecido de una administración, de un servicio, de una sociedad, de un grupo, pero si tendrá el mío, el que viene del corazón, el que ha de enriquecer el espíritu de su bondad ante el sacrificio, sus responsabilidades en acierto y compromiso, sus desvelos en noches de plenilunio, sus quehaceres en generosidad sin límites, sus mecanismos de defensa ante la decisión inadecuada del político, sus luchas interiores  en esa Dirección médica por cumplir su papel, por desvelar sus razones, sus errores confesados o sus aciertos sin premio.
Es mi pequeña, es ejemplo de vida, es mi amazona del recuerdo, es la hermana que siempre uno desea tener, la que sabe qué tiempo debe hacer ante la tormenta, la que espiga sin derramar grano alguno, la que esgrime sencillez ante el decoro, la que sencillamente sabe que «la raíz escondida no pide premio alguno por llenar de frutos las ramas».
Dirán los cánticos de sirena que dejó el suelo limpio, afinó la cuerda de una guitarra a toque de bolero, se hizo mayor entre bambalinas de dispensarios o camillas de rueda libre y creció su alma, porque siempre anidó golondrinas entre sus incensarios y ahora, el gorrión que la hizo sonreír le gorjeó en el oído, «siempre serás honesta a pesar del escalón». Ahora le queda camino a golpe de paciente en turno y deseo, dejará cariño y marcará salud como premio de vida. Así es ella y así la quiero yo.