Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


Escribir

13/11/2020

A veces miro por la ventana. Ya han vuelto a su atalaya de ladrillo los aviones roqueros. El bar de la esquina sobrevive con más y más mesas a la intemperie de este noviembre que no va a dejar prisioneros. Los aviones vuelan y vuelan, volteretas imposibles rozando las terrazas y los aleros, intentando meterse por mi ventana y leer lo que escribo. A veces pasa algún bando lejano de grullas sobre la raya del Berrocal. He subido la persiana hasta arriba, y no la bajaré hasta que vuelva la luz cegadora de mayo. Es una necesidad. Noviembre de nieblas, canónico, de milanos reales aposentados en sus dormideros de los llanos de Torrijos y Caudilla.
Veo películas de los 70 -alemanas, italianas, francesas…- y leo libros de arquitectura y de arte. Intento estudiar Historia de la arquitectura, pero estoy muy desentrenado. Y escucho de fondo a Mahler, Leyva, solos de piano y la House Of A Thousand Guitars de Springsteen. Hay mucho de lo que escribir, pero no me apetece. Los días pasan rápidos como los pilares de un puente desde un tren, un puente que nunca se acaba, de sombra alargada de atardecer en algún delta o mar de interior, con luz ya de océano. Espero que sea un invierno de viento. Sin frío. De agua en Gredos y en la dehesa. Ya no hay inviernos de hielos en los charcos. Ni de grajillas pasando por miles a los dormideros de las barrancas. En algún lugar se quedaron.
A Gredos no se puede ir. Entrar en un bar, leer, escribir y ver pasar la vida tampoco. Gredos queda en la distancia, sin rastro de nieve en las mañanas, cuando el sol revela el relieve perfecto por unos segundos. Me dejo el pelo largo para este tiempo de intemperie y demonios, de pestes de cólera como las de la Cartagena de Indias de Fermina Daza y Florentino Ariza; o la de Visconti en Venecia. Esta mañana haré gris con blanco y un toque de rojo vivo. Dejé un lienzo en negro, pero ya el motivo habrá cambiado. Todo va muy deprisa. Demasiado. Las sombras huyen y quizá tendré que reinventar. Inventar. Mirar por los ventanales y observar los colores del otoño, frenar al viento y dibujar con el pincel del 12 el trazo de los colores amarillos, verdes gastados, y las hojas que se van y no volverán.
El barómetro de mi despacho baja. Marca lluvia. Hay mucho importante de lo que escribir. Pero no me sale. Abro la ventana. Un bando de grullas pasa somero ya de noche cerrada. Ya no vienen los bandos de torcaces. Sólo quedan las grullas, y las avefrías, y los milanos, y los pajarillos que se emboscan entre las copas de los pinos. Hoy saludaré a los milanos de la autovía camino de Toledo, al elanio que caza en la raya de Barcience; pintaré un relámpago de otoño; me compraré un par de libros en las librerías de Talavera; y me tomaré unas cervezas en los bares de Talavera. E intentaré escribir de cosas serias. A la intemperie de noviembre, viendo pasar este tiempo de pestes, final de época, que, como las hojas de otoño, se irá para no volver.