Alejandro Bermúdez

Con los pies en el suelo

Alejandro Bermúdez


Europa meliflua

05/02/2021

Faltaba la vacuna Sputnik. En Europa estamos viviendo de productos de países que supuestamente están menos desarrollados, pero que nos hacen dependientes de ellos. Parecía mentira que en algo tan simple como una mascarilla dependiéramos de China, que no fuéramos capaces de cortar un trozo de tela, con las características que se quiera, pero un trozo de tela y ponerle unas gomas… La aparente simpleza costó miles de vidas, porque nuestro gobierno prefirió sostener que no eran necesarias a reconocer que ni de eso éramos capaces de autoabastecernos.
Realmente, si analizamos, Europa es dependiente en casi todo de países no siempre más desarrollados que nosotros. Cada vez son más los vehículos asiáticos que circulan por nuestras carreteras, porque los que producimos aquí no pueden competir ni de lejos en precio. Sufrimos la humillación del impresentable Trump al negarnos respiradores cuando se los vendía a países con los que se supone que le unen menos lazos. Tampoco podíamos abastecernos de respiradores.
Es inevitable que tengamos dependencia, hasta cierto punto, cuando se trata de productos que solo concede la Naturaleza: petróleo, gas… y solo hasta cierto punto, porque existen otras fuentes de energía que si Europa se hubiera molestado en investigar nos evitaría esa dependencia, al menos en parte. Lo que resulta impresentable es que seamos dependientes en productos tan básicos que afectan a nuestra salud.
No sé a ustedes, pero confieso que me da cierto sarpullido pensar que dependemos de Rusia para poder vacunarnos. Los europeos nos reíamos de la vacuna rusa y de la china. No les concedíamos la mínima garantía para su uso por personas tan exquisitas como las europeas… pues nos vacunará Putin si queremos vacunarnos y, si no, seguiremos confinados.
El episodio de la negativa de AstraZeneca a cumplir su contrato con Europa pone de manifiesto nuestra nula relevancia política en el mundo. Resulta que se nos falta al respeto sin que les tiemble el pulso y sin que la vieja, meliflua y pusilánime Europa suba el tono de su voz.
La imagen que hemos dado al mundo y a nosotros mismos deja mucho de ser constructiva. Se nos hacía creer que el Reino Unido iba a tener problemas sin Europa y ahora vemos que somos los europeos los que los tenemos sin el Reino Unido. Parece que ha sido a ellos a quienes han dedicado las dosis que nos han hurtado a los de la Unión Europea. ¡Bonito ejemplo para animar a que se unan más países a nosotros!
Pero, ¿por qué nos pasa esto? Es el síndrome del niño bien que se hace blandengue. Europa, acostumbrada a dominar el Mundo, se ha olvidado de que en este mundo nada se regala. Mantener la supremacía cuesta esfuerzos y sacrificios, y los europeos, con los carrillos hinchados de ‘bollicaos’ y la cintura de ‘michelín’ no estamos para esfuerzos. Damos por hecho que tenemos derecho a vivir bien sin hacer nada especial, solo porque hemos nacido en una familia europea y por tanto nos protegerá de la cuna a la tumba, como gusta decir a los progres. El problema de eso es lo que cuesta y, dedicados como estamos a ver cuántas veces podemos cambiar de sexo (subvencionado, claro) nos hemos olvidado de cosas tan prosaicas como la productividad y la investigación. Pensamos que eso es de pobres… lo hacen hasta los rusos.