Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


Cantuesos de San Juan

26/06/2020

Calor. Mucho calor. Me paro a la sombra escuálida de unas encinas. Las sabinas rastreras se agarran a las piedras con sus raíces de acero. Nada se mueve. Ni el viento ni las nubes cuajadas sobre la serranía. Camino de la Ladronera. Canalejas del Arroyo, provincia de Cuenca. Castilla. Pasa el vuelo de una abubilla como un fogonazo. Me asomo al balcón sobre el Guadiela. El Guadiela baja transparente como si en vez de agua llevara un viento de hielo. «¿Quién dirá, mi niño, lo que tiene el agua, con su larga cola, por su verde sala?» Cantaba hace un momento Camarón a Lorca en el cd de mi coche. Barbos de más de un metro de eslora cubren en formación toda la superficie del río. Contracorriente, sutiles e ingrávidos peinando racimos de ova verde. Me quedo un rato, contemplando y sintiendo el paisaje, el sonido del agua, la brisa imperceptible acariciando la alameda, y las esquilas de las ovejas que suben hacia San Pedro Palmiches. Huele a tierra y a limpio, a tomillo y retamas.
Al este me llama la serranía. Priego y la brecha que cierra la Alcarria, donde comienza la selva de la Serranía. Quiero subir, alto. Cierro los mapas y allá voy. La única brújula es la interior, siempre debe ser así. El sol detrás y la vista fija en lo más distante, como las águilas, en ese plano inalcanzable de la distancia. Porque hay que emborracharse de libertad, vacío, lejanías. En los bosques reside la libertad, lo inabarcable. Debería parar y escribir lo que voy pensando. No lo hago hasta más allá de El Tobar. La pista culebrea entre formaciones de pinos y sabinas. Abajo, a levante, Lagunaseca y Masegosa. Al otro lado de la Sierra del Tremedal corre el Tajo recién nacido. País de torcas, muelas, hoces y desgalgaderos. Corre un viento fresco, muy fino, que impregna los pulmones con una nostalgia a pino y a tiempo limpio. El sol baja lento, será noche de San Juan, la luna ya está nueva, afilada como un presentimiento.
Continúo. Me quedaría allí. Pensando, observando, escuchando con los ojos cerrados… Bajo hasta el embalse de La Tosca, me quedo un rato con los buitres sobre Santa María del Val, y antes de bajar hasta Huerta de Marojales por la traza del Cuervo, veo los campos de cantueso. Las nubes dejan escapar un rato dos o tres rayos de sol y las praderas se llenan de morado. Y me quedo aquí. Quizá baje en una o dos horas, y tenga que salir de nuevo por la puerta a los valles, hasta donde habitan la civilización, las prisas, los mapas y el norte. Pero será mentira. Escribo y sé que sigo allí, entre las cejas de caliza y los pinares, junto al mar de cantueso de San Juan entre las selvas inabarcables de la serranía de Cuenca.