Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Va por las mujeres

07/05/2020

El pasado domingo viví uno de esos momentos que grabas en la memoria y atrapas en tu corazón para el resto de tu vida. Una videollamada por sorpresa me dio la oportunidad de felicitar a mi madre en su día y, al verla a través de una pantalla un tanto distorsionada, admiré una vez más su fortaleza, su energía y una sonrisa que muestra que, frente al cruel olvido, siempre se impondrá un inquebrantable lazo de cariño. Eterno.
Ella, mi madre, es un ejemplo de esa generación que vivió la guerra, pasó los años del hambre y creó una familia basada en la ilusión de detalles que, por aquel entonces, eran auténticos lujos, como la tele, la lavadora automática o una bicicleta para sus hijos. Ahora que no puede besar, abrazar o simplemente rozar la mano de alguno de sus seres queridos, recibe el cuidado de un colectivo de profesionales gigantes, integrado en su mayoría por mujeres vigorosas, valientes, que la reconfortan en medio de ese desconcierto de mascarillas, trajes de buzo o guantes azules que se extiende por las residencias de mayores. Unos centros que han vivido una tragedia que habrá que conocer hasta su germen más profundo, pero que también han albergado el ejemplo más hermoso de humanidad.
La pandemia del coronavirus ha vuelto a poner en primera línea el  papel imprescindible de las mujeres, cuidadoras, médicos, enfermeras, cajeras, limpiadoras, reponedoras, auxiliares de enfermería o de ayuda a domicilio, perdón si no cito a algún colectivo, que han trabajado en condiciones extremas, en medio de una enfermedad de dimensiones desconocidas y de consecuencias letales, sin medios, sin protección, con su fuerza como único escudo. Algunas, añado, empleadas en empresas concesionarias de servicios públicos, en condiciones precarias y con salarios indignos. Es imprescindible corregirlo.
Las mujeres le han echado ganas e imaginación a la adversidad. Muchas, costureras improvisadas, se han organizado en talleres para confeccionar sus propias mascarillas y equipos de protección, cuando nadie sabía cómo mantenerlas a ellas y a sus compañeros a salvo de una amenaza que arrasaba ante la inacción de unos responsables administrativos desbordados por las circunstancias.
Esas mujeres solidarias, comprometidas con sus compañeros hombres, con sus parejas, con sus familias, dando cariño a los suyos y a los nuestros, a los que les hemos confiado con una fe ciega, merecen ser las decididas protagonistas de un capítulo de la historia que, esperemos, no se vuelva a repetir. En cualquier caso, estarán ahí. Pisando fuerte.