Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Vivan las letras

30/07/2020

El equipo de Gobierno de Tolón, muy entendido en materia sanitaria, prohibió hace una semana los nebulizadores en las terrazas para evitar que el Covid-19 llegara a las personas que se toman una caña o un refresco, que, de momento, no hay restricciones en los líquidos que podemos ingerir. Los hosteleros, que ven como sus negocios agonizan, pusieron el grito en el cielo ante este extraño mandato municipal, máxime cuando ya llevaban dos meses con sus aspersores colocaditos bajo las sombrillas, con sus oportunas medidas de higiene y seguridad, mientras miles de toledanos respirábamos con avidez ese tibio frescor que emana de los benditos aparatos. Tras hacerse eco de las protestas del sector, la alcaldesa y los suyos optaron por hacer caso omiso a esos consejos de Sanidad que esgrimían días antes para prohibir los aspersores y decidieron declararlos «no recomendables». Ciencia, ciencia, no hay mucha.
Ante este desconcertante cambio de parecer de los gobernantes de Toledo, uno de cuyos concejales, les recuerdo, dio por hecho que el sol acababa con el maldito virus, he indagado sobre el asunto y, para mi sorpresa, he encontrado un reciente estudio de la Agencia Estatal de Meteorología y del Instituto de la Salud Carlos III, que, en relación a los nebulizadores, indica que «la alta humedad relativa, junto con las altas temperaturas, reducen significativamente la transmisión del virus». Así pues, los argumentos tolonistas, de Sanidad o de quienes sean, no parecen tener rigor alguno. O sí, que esto cambia por momentos.
Lo que resulta evidente es que ni gobernantes ni científicos han llegado a tomarle la medida a una enfermedad que ha puesto patas arriba nuestro mundo, ha matado sin piedad a cientos de miles de personas y amenaza con seguir ahí, acechando, marcando un punto y final a la civilización del ocio y del hedonismo. Nos hemos dado cuenta de que la ciencia no es tan exacta como pensábamos, que no hay nada lógico en la sociedad en que vivimos y que nuestra existencia se ha convertido en un enigma, en una incógnita fuera de control. En este punto, reivindico la filosofía, el latín, el griego, las humanidades, las letras, en definitiva, a las que podemos abrazar con más confianza que a otras materias que nos han demostrado que la verdad empírica puede ser tan voluble como el amor en poesía. Tal vez dentro de nosotros mismos o en las enseñanzas de tantos sabios que nos han dado lecciones de pensamiento a lo largo de la historia, encontremos la estrategia para aprender a estar en este mundo que se nos escapa de las manos. «La salud no lo es todo, pero sin ella, todo lo demás es nada». Lo dijo Schopenhauer, no Fernando Simón.