Vivimos en una época contradictoria. Somos los amos de los conceptos absolutos, afirmando cosas como si fuesen el Credo, mientras que defendemos el relativismo moral. La percepción, el sentimiento o la voluntad son la clave de nuestra brújula vital.
Esta actitud es placentera y aporta una certidumbre psicológica, aunque los datos no lo secunden. Los Bancos Centrales no crean riqueza y quienes presiden son personas (susceptibles de equivocarse por múltiples causas). Pensar que una subida de tipos de interés es un ataque a la economía y al empleo, solo confirma que se desconoce su razón de ser. No tendremos un sistema bancario solvente reduciendo el número de agentes o eliminando la sana competencia entre ellos. Japón confirma la incapacidad de la política financiera para resolver problemas políticos, demográficos y económicos. La pobreza no se elimina subiendo los sueldos, sino incrementando la productividad. Sin sector privado fuerte, no habrá sector público. La natalidad no aumentará incrementando los costes de las empresas. Las deudas se pagan.
Se podrían añadir más ideas rotundas sobre las pensiones, la soberanía energética o alimentaria y la espiral de costes en la legislación laboral comunitaria; pero solo provocarían una depresión colectiva innecesaria. Todos necesitamos un espacio y un hilo de esperanza.
Todavía estarán procesando el párrafo anterior. Ahora hagan el favor de cerrar los ojos e imagínense que son un pequeño empresario (el autónomo ya está fundido) y quieren montar un negocio. Es imposible que una sociedad prospere si demonizamos esos sueños y atacamos a esos emprendedores. La historia nos demuestra que la Administración tiene unos límites y sus dimensiones están delimitadas por la riqueza del país, no a la inversa. Las últimas décadas hemos olvidado por qué somos ricos y otros pueblos no.
El nulo respeto a los costes que genera la intervención pública nos hace más pobres. El último siglo es una demostración en la que gracias a unos crecimientos de productividad inauditos hemos podido sobrellevar un intervencionismo creciente. Ese modelo ha llegado a su fin. Sería muy largo de explicar sus causas, pero el sistema de Bienestar que nos ha acompañado durante los últimos 70 años está agotado. Los políticos occidentales buscan recetas marxistas y eslóganes que múltiples revoluciones han confirmado erróneas. Sin libertad no hay prosperidad. La historia nos lo ha confirmado, aunque nos aterra tener esa responsabilidad. Algunos prefieren ser esclavos. Desear la felicidad no nos acerca a ella.