Los años y las decepciones me han ido alejando de los estadios, pese a los gratísimos momentos vividos en aquellos viajes a Madrid, a Valencia, a Murcia o a Sevilla con el fin de ver a los héroes futbolísticos del momento; o al delirio de ver al Alba en primera división. Me refugié en la televisión con aquellos comentaristas sosos y más que sosos que te narraban lo evidente, justo lo que estabas viendo. Llegué, incluso –como hace mucha gente–, a dejar mudo el televisor y poner en la radio algún carrusel deportivo, pese a los sustos que algunos locutores te daban cuando se producía algún gol. Sufrí, gocé y me conmoví, como tantos y tantos jóvenes de mi generación cuando nuestro paisano Iniesta dio a España la Copa del Mundo en Sudáfrica.
¡Qué tiempos! ¡Cuánto romanticismo! ¡Cuánta belleza en ese bendito juego! Recuerdo a los jubilados de entonces –y a los no jubilados–, que esperaban la tarde noche de los miércoles para ver los partidos de la copa de Europa. Con un paquete de Ducados y el partido, ¡qué más se podía pedir! Y no digamos si el Real Madrid ganaba. Era, ya digo, puro romanticismo. Habían, obviamente, en esa época fanáticos –¿Dónde no los ha habido?–, tipos temibles de torva faz. Pero eran pocos y se les veía venir.
De repente, vimos que el fútbol se convertía en una ópera fabulosa, una formidable máquina de ganar dinero, coincidiendo con la irrupción de esos jeques de Arabia y de esos potentados surgidos como por ensalmo de la antigua URSS y coincidiendo, además, con la puesta de largo de las nuevas generaciones, en las que, por culpa de los nuevos 'sistemas educativos', abundaban individuos con escasa cultura y menor educación; gentes que se organizaban casi militarmente (con el consentimiento de las autoridades y de la fuerza pública) y, a ejemplo de los temibles tifosis italianos, no dejaban títere con cabeza cuando iban a los estadios.
Insisto, el asunto lo tomaron a chirigota los gobiernos de turno (y no sólo en España), quienes tenían 'cerebritos' que aconsejaban a los gobernantes que era una forma de desfogarse, soltando la adrenalina y la mala leche acumulada durante la semana y no digamos las frustraciones y los traumas: vamos, una forma de catarsis. De tal modo que, en tanto que en deportes como el balonmano, el baloncesto, el tenis y no digamos los toros (en especial en plazas como la de Sevilla) imperaban el respeto y la consideración, al fútbol, junto a la gente honorable, fue a parar 'lo peor de cada casa', gente exaltada, presta a la injuria y la blasfemia, y que, amparada en la masa, arremetía contra su propia sombra.
De ahí que, después de haber organizado la 'mundial' contra Vinicius Junior, jugador del Real Madrid, los energúmenos que vimos en la televisión se asombren de que los acusen de racistas. '¿Racista yo? Pero si yo…' Pues sí, racista, tú que te crees machote insultando desde la masa; racista… Se empieza haciendo gracietas y se termina en… Y ésa es la pena, que se haya hecho de los estadios de fútbol un vomitorio perpetuo de injurias, vejaciones, mofas y escarnios, por parte de esos mismos que acostumbraban a humillar a los reclutas en la mili, o a los novatos en los colegios mayores, o en las escuelas, acosando a la compañera o al compañero porque no es como tú, provocando frustraciones eternas e incluso suicidios.
Por eso nos sentimos horrorizados, por su inconsciencia, por su cutrez, tanto como por lo inocentemente que, una vez más, hemos caído en la trampa de los que practican al pie de la letra el dicho de 'a río revuelto…', los que generalizan e implican a todo un pueblo, como el entorno de Vinicius, el cual, por motivos espurios, ponen de nuevo a España entera, que depende del turismo, en el disparadero, los politicastros americanos (Lula, Obrador), que hace tiempo que nos perdieron el respeto y que prefieren ver la paja en ojo ajeno en vez de la viga que tienen en el suyo; o los manipuladores, que ven en este revuelo la ocasión ideal para evitar que España vuelva a ser sede de un Mundial, y todo ello, ante la inoperancia de nuestros gobernantes, incapaces de actuar con reflejos, fuera de su agenda. Sí, señor. Poco hemos aprendido de la terrible Leyenda Negra que venimos soportando desde hace cinco siglos.