Cuando se habla de humanismo 'social', este apellido debe entenderse como referido a la comunidad, y no como la formulación de una política social. Esta, la política social, es solo una parte de aquella, la comunidad. Así, podemos afirmar que el humanismo social es un humanismo comunitario, que tiene entre sus fines la búsqueda de la justicia social.
De lo anterior surgen dos consecuencias importantes. La primera, que el humanismo social pretende la integración de la persona y de la comunidad. La segunda, que la justicia social que propugna debe tener un enfoque humanista y cultural; debe propiciar un clima de realización personal basado en el esfuerzo y la lucha contra las desigualdades o discriminaciones injustas; y debe, por último, buscar un marco de seguridad, en el que la atención preferente se proyecte sobre los más necesitados.
No se agotan con ello los objetivos del humanismo social. A lo anterior se puede añadir: la propagación de la cultura; la cooperación con otras comunidades menos desarrolladas; el progreso económico; las seguridad y defensa militares; la promoción de la investigación científica y tecnológica, entre otros.
Por otra parte, el humanismo social, utiliza el término comunidad como superador de la antítesis sociedad-Estado. El término 'comunidad' es más amplio y es más profundo que el de 'sociedad'. Es más amplio porque abarca el Estado, la sociedad misma, las organizaciones sociales y los ciudadanos. Y más profundo porque es más natural, más cálido y más espontáneo. Además, evoca mayor solidaridad y estimula la participación de bienes y personas en las empresas colectivas.
En la relación con el Estado, el humanismo social lo considera como un mero instrumento al servicio de la comunidad, y ostenta la condición de coordinador, con vistas al bien común, de las comunidades de ámbito territorial menor.
Para entender bien a lo que me refiero, en nuestros días a la comunidad, en sentido restringido, podríamos llamarle 'sociedad civil'. Desde el punto de vista político, las relaciones del Estado (entendido este, ahora, como equivalente a 'poderes públicos') con la sociedad civil giran en torno a dos grandes problemas: el de la invasión y el del clientelismo.
Por invasión me refiero a aquellas políticas, especialmente del socialismo, que asumen como competencia propia lo que pertenece al ámbito natural de la comunidad o sociedad civil. Es el caso de la enseñanza, o de los medios de comunicación, o de la cultura, en los que el Estado pretende ser el único protagonista, excluyendo a la iniciativa privada. El abuso de la invasión es una vía al totalitarismo.
Distinto es el caso del clientelismo, en el que, aparentemente, la sociedad civil crea sus propias organizaciones para el cumplimiento de fines culturales, asistenciales, de cooperación al desarrollo, etc, pero dependiendo económicamente de las subvenciones del Estado, lo que le privan de su independencia y autonomía naturales. No son infrecuentes los casos de que asociaciones, fundaciones, ONGs, se constituyen exclusivamente para recibir subvenciones de Gobiernos amigos, y cuyo uso, justificación y rendición de cuentas caen en el olvido.
El humanismo social propugna una sana cooperación entre la comunidad o sociedad civil y el Estado, de manera que aquella cumpla finalidades complementarias de este, respetando la mutua autonomía. Un claro ejemplo sería las fundaciones culturales que, con independencia de la política oficial, propagan y difunden la cultura en aquellos ámbitos a los que el Estado no quiere o no puede llegar.
Siempre que te encuentres, amable lector, con una organización de la sociedad civil, la primera pregunta que debes hacer, para comprobar su independencia, es la de quien la financia.