Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


El antibar

20/03/2024

Abre Pablo Iglesias un bar en Lavapiés y dice que es "solo para rojos", aunque el nombre, "Garibaldi", me resulta muy atractivo, y el subtítulo: "la verdadera grandeza se logra sirviendo a los demás", absolutamente certero y bello. A partir de ahí, creo que comienza lo confuso y engañoso, como casi todo lo de su factoría. Los bares, que son lugares de encuentro y desencuentro, sitios para darse besos o puñetazos, son, ante todo, amplios y transversales, y hasta los que tienen un motivo destacado en su apertura, dígase una ideología o una hinchada futbolística, pongamos por caso, nunca prohíben la entrada a nadie, salvo las "herriko tabernas".  Pablo Iglesias, al que su sectarismo se le ha llevado por delante, sigue en sus trece, y ahora nos ofrece un bar que en realidad es un puro antibar.
Cuando aún existía el Vicente Calderón toda aquella zona de la ribera del Manzanares estaba llena de bares que hacían gala de su pasión rojiblanca, en su decoración, por supuesto, y en su ambiente. Sin embargo, las aficiones de los equipos contrarios, también la del Real Madrid, disfrutaban allí de lo lindo tomándose unas cañas antes del partido, y llevándose un bocata al estadio. En el bar de Pablo Iglesias eso no parece posible, porque él lo ha planteado como un tabernáculo para secta, no como un bar para el pueblo, es decir, para todo el pueblo. 
Si en España históricamente la derecha, o una cierta derecha, ha tenido un problema serio de sensibilidad social, brutalmente insensible hacia las necesidades perentorias, una cierta izquierda, desde luego la representada por Iglesias, ha padecido siempre una enfermedad grave de sectarismo, como si la única vida valida fuera la que se ve desde su ángulo de visión, la auténtica y verdadera, la democrática, aunque esa supuesta democracia deje fuera a la mitad de la población. Así no es de extrañar que todas las tapas del antibar de Iglesias lleven como nombre alguno de los grandes hechos o personajes de la tradición izquierdista, solamente, como si nada humano existiera en algún otro puerto. 
Porque el gran problema, el empobrecimiento total, no viene de ensalzar a ciertas personalidades o entidades que más o menos pueden coincidir en una forma de ver el mundo, el problema surge cuando no eres capaz de ver nada meritorio en  otro lugar. Es entonces cuando dejas de ser una persona, digamos que normal, y te conviertes en un fanático, un pobre hombre, aunque puedas ser al mismo tiempo un saco de soberbia y mala baba. El fanático es un tipo monotemático, nada más aburrido. Y nada más aburrido que un bar que te dice en la entrada que "solo para rojos".
Ya me dirán algunos que estoy exagerando la situación, que al final poniéndome tan grave le hago el juego a Pablo Iglesias y su bar, que Pablo Iglesias es más listo que el hambre, que finalmente con todas sus extravagancias lo único que quiere es provocar, y así atraer foco y hacer caja, que, por cierto, también le gusta bastante. Y esa apreciación está cargada de verdad, no tengo la más mínima intención de rebatirla salvo para añadir que yo por eso no voy a dejar de darme el gusto de lanzar mi disertación, una más, sobre los intríngulis profundos del personaje que ahora nos distrae con el asunto de ese bar/antibar que abre en Lavapiés, territorio, por otra parte, cuajado de intercambio y mezcla en el corazón de Madrid. Justamente lo que rechaza Iglesias con su "solo para rojos":  el enriquecimiento mutuo, el mestizaje ideológico, la transversalidad, aunque, como es un tipo listo, cuando intentó asaltar los cielos proclamaba aquello de que lo suyo no iba de derechas o izquierdas sino de los de abajo contra los de arriba y cosas por el estilo, que finalmente resultó ser una argucia más para llegar donde le llevaron los que le votaron,  los que con buena intención pensaron que podía representar algo novedoso y sincero en la política española. Luego fue vicepresidente y se retiró, con el riñón bien cubierto y una mansión en Galapagar, a labores mediáticas. Ahora dice que abre un bar que será "solo para rojos". Veremos si los camareros de su establecimiento se unen a su revolución o terminan tan explotados como tantos otros del sector hostelería, esos a los que su intima enemiga, Yolanda Díaz, pretende aliviar, no mejorando sus condiciones laborales sino decretando el cierre en horario  europeo, un auténtico desastre para España, algo así cono hacer pan como unas tortas, en realidad, lo mismo que una y otra vez hace Pablo Iglesias, ahora propietario de un bar en Lavapiés