Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Cien años de un golpe

13/09/2023

Era la madrugada del 13 de septiembre de 1923. A las 2, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, inició en Barcelona un pronunciamiento militar que rompiendo con la legalidad vigente, la de la Constitución de 1876, daría lugar a una dictadura que se prolongó hasta enero de 1930. Asumiendo el papel de 'cirujano de hierro', del que venían hablando los regeneracionistas, especialmente Joaquín Costa, estableció un régimen, en el que la indudable mejora económica, educativa y de infraestructuras del país se combinó con un autoritarismo paternalista no exento, más allá de la imagen que se tiene de él, de crueldad y violencia. Un periodo clave en la historia contemporánea de España, en el que se solucionaron problemas lacerantes como el del conflicto colonial en Marruecos; donde se pusieron las bases de proyectos desarrollados posteriormente, como la política hidráulica o la construcción de escuelas y carreteras. Unos años, bastante olvidados, pero sin los que es imposible entender los convulsos años treinta, comenzando por la proclamación de la Segunda República, salida lógica tras la pérdida de prestigio de Alfonso XIII por su apoyo al dictador.
Sin embargo, el golpe de Primo fue bastante bien acogido por la mayor parte de la población española, permaneciendo el resto –salvo algunas resistencias anarquistas- en  expectativa. La causa de ello era la degradación del sistema político, la impopularidad y desprestigio de la elite política que se repartía el poder y que, bajo las apariencias de un sistema parlamentario, se basaba en unas redes clientelares y caciquiles que a pesar de lo que a veces se ha dicho, hacía muy difícil la evolución a la democracia. Las elecciones de abril de 1923 estuvieron marcadas por el fraude y la manipulación –el nuncio Tedeschini informó a Roma que había sido muy relevante la corrupción, así como la coacción ejercida por el gobierno sobre los electores, y cómo los votos se habían vendido, llegando a pagarse mil pesetas por ellos-. Por otro lado, la cuestión nacionalista catalana y la violencia anarquista ponían en riesgo la estabilidad de la nación. Todo ello explica la popularidad que, al comienzo de su dictadura, tuvo Primo.
Cien años más tarde, la situación política española tampoco es nada halagüeña. Unos políticos mediocres y desprestigiados, partidos marcados por la corrupción, el problema endémico de los nacionalismos periféricos separatistas vasco y catalán, en el marco de una crisis institucional que aún no sabemos cómo culminará, estando rehén el gobierno de un golpista fugado, que con sus exigencias quiere humillar al Estado, y con un presidente dispuesto a lo que sea, 'cambiando de opinión' para mantenerse en el poder, a costa de la degradación, que necesitará lustros recuperar, de las principales instituciones del Estado. Quizá lo más razonable fuera una repetición de elecciones, pero para ello debería primar la búsqueda del Bien Común y no del particular.
No se puede gobernar a cualquier precio.