Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Juegos florales

23/05/2024

Con poco que se haya leído o viajado, es suficiente para darse cuenta de que nuestra forma de comportarnos, aunque cada vez sea menos homogénea y muchas veces estrafalaria, no se parece gran cosa a la de otros lugares. Nuestras reglas sociales, con las que conseguimos lidiar el día a día evitando conflictos, de poco o nada nos sirven en otros lugares que tienen su particular interpretación de lo que es básico para que su mundo funcione.
Aun con los países más próximos, hay las suficientes diferencias en las normas sociales como para necesitar mediadores lingüísticos. Estos profesionales facilitan el entendimiento al trasladar el mensaje, haciéndolo coincidir no solo con el idioma, sino también con los elementos culturales y las normas sociales de cada uno de los interlocutores. Así, procuran que un alemán entienda que cuando el español - con el que se reúne sin conocer de nada- le pregunta por su familia solo pretende ser cortés, no invadir su intimidad. O desaconsejan a un español que no apure el tiempo para llegar a una reunión en Francia, porque «más o menos a las cinco» allí no existe y si no ha llegado a las cuatro cincuenta y cinco, lo más probable es que no le esperen.  
Bueno, de hecho, hay conductas en los de nuestra familia que nos cuesta entender o formas de proceder en nuestro trabajo que, aun siendo mayoritarias, no dejan de confundirnos. A mi me llama más la atención, el hecho de escudarse en la obediencia para actuar dentro de las reglas, pero sin reflexionar, sin preocuparse por las consecuencias de sus actos, solo por el cumplimiento de las órdenes. ¿La banalidad del mal de Arendt o la aquiescencia poética? 
En el comportamiento social e individual atemperado por los modales convenidos es, precisamente, en lo que Norbert Elias fundamenta su teoría sobre el proceso civilizatorio occidental. El freno, la contención y las normas sociales para evitar perder el favor de los poderosos o la consideración social, junto con la influencia y la posición que esto podría reportar. A diferencia de la explicación del logro de la interdependencia y la división funcional de la sociedad que hace Durkheim con las instituciones, Weber con la racionalidad orientada a fines o Freud con las prescripciones interiorizadas.
Pero da la casualidad de que la fatiga y el estrés nos hacen perder con facilidad la capacidad de autocontrolar el comportamiento, ya que, de ello, entre otras tareas cognitivas complejas, se encarga la corteza prefrontal del cerebro que necesita mucha energía metabólica – que no le llega en cantidad suficiente cuando estamos cansados- para funcionar eficientemente. Quizá por eso me parece tan gráfica Gabriela Mistral cuando rechazó recibir el premio Flor Natural en los Juegos Florales de Santiago de Chile en 1914, una matriz civilizatoria de ese tiempo y lugar, diciendo «Usted -luna jazmines y rosas- y yo, una cuchilla repleta de sombra, abierta en una tierra agria. Porque mi dulzura, cuando la tengo, no es natural es una cosa de fatiga, de exceso de dolor», poniendo en evidencia su condición de incongruente respecto a lo esperado.    

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