Francisco Javier Díaz Revorio

El Miradero

Francisco Javier Díaz Revorio


Toledo enamora

17/05/2024

Como cualquier amor eterno a cualquier persona, lugar, entidad o cosa, el amor por Toledo se siente de distintas maneras en distintos momentos. A veces no sentimos nada especial, ni siquiera nos damos cuenta del privilegio maravilloso que supone vivir aquí, pasear cada día por sus calles, trabajar en uno de sus conventos más emblemáticos. El amor queda ahí, adormecido, acaso momentáneamente eclipsado por las preocupaciones cotidianas, los problemas o cualquier otra situación. Hasta que de repente, por cualquier motivo baladí o casual, paramos, reparamos en el valor de este lugar, y recuperamos esa capacidad de sentirnos fascinados, sorprendidos, conquistados y enamorados por esta ciudad única. Puede ser que hemos de salir a alguna gestión o compra y paseamos por alguna calle menos usual; tal vez vamos con algún experto que nos guía, nos descubre algún elemento desconocido hasta entonces, o simplemente con alguna persona que nos desvela un nuevo misterio o curiosidad de la ciudad, en una calle, en un muro, en una esquina. Acaso paseamos solos y descubrimos un detalle en el que no habíamos reparado hasta ese momento, las golondrinas de la pared en la plaza de los Bécquer, por decir algo. Puede ser simplemente la primavera, que mejora nuestro ánimo y nos hace más receptivos a todo lo que nos rodea, y convierte a nuestra ciudad en un lugar especialmente alegre, agradable, vivo y despierto. En estas semanas previas a nuestra fiesta del Corpus Christi nuestras calles se van engalanando, el ambiente se va animando, la expectación por la fiesta inminente se puede respirar, como en la mañana de esa fiesta se respirará el aroma a tomillo que nos envuelve y transforma positivamente nuestro espíritu. El tomillo… cuyo olor, sea en una infusión o como aderezo de una carne, nos evoca siempre a nuestra ciudad en primavera.
Como cualquier amor eterno, cuando se vuelve a manifestar especialmente y hace despertar a nuestro corazón, provoca esa sensación emocionada y placentera de sentirse privilegiado, tremendamente afortunado por el mero hecho de amar a este concreto lugar y de saber que este lugar de alguna manera nos pertenece, de sentir que no se necesita nada más, de saber que ese amor siempre estuvo ahí y nunca se apagó, ni siquiera en los momentos más tediosos o grises. Pero en este caso -y aquí puede estar la diferencia con otros amores- esa satisfacción de la posesión no va acompañada de un sentimiento de exclusividad o de celos, pues para un toledano (o al menos para mí) nada agrada más que sentir que ese amor se comparte con tantas personas de tantos lugares del mundo, que algún día llegaron aquí y también se han dejado enamorar por nuestra ciudad y también la sienten como suya…

ARCHIVADO EN: Toledo, Corpus Christi