Le podía haber traicionado el subconsciente y haber dicho: «en mi nombre y en el de mis propios intereses y ambiciones». O también en nombre de usía. Pero la sinceridad no es precisamente una de las virtudes que más cultiva nuestro presidente en funciones. Por lo tanto, puso cara de circunstancias y dijo - con la mirada perdida en el horizonte - que defendía la amnistía «en nombre de España», para el prófugo Puigdemont y para sus compañeros de viaje, con destino a la república catalana independiente.
El secretario general del PSOE, y candidato a la investidura, no ha necesitado hacer ningún sondeo ni consulta popular, como la realizada aquel 1 de octubre de 2017 en Cataluña, para darse cuenta de que los españoles anhelamos la reconciliación con el fugado expresidente de la Generalitat. No es un clamor popular, pero ya saben que «la necesidad obliga». Lo que no dijo Sánchez en el Comité Federal del PSOE, aunque casi se intuía, es que «en nombre de España» pueden también cometerse las mayores tropelías.
El patriotismo interesado no tiene ideología, pero sí diferentes formas de manifestarse. Los nacionalistas vascos y los patrocinadores del «España nos roba» son más partidarios de utilizar el término Estado español. Sánchez, sin embargo, utiliza el nombre y la bandera de España para envolver una amnistía que le permita sacar adelante su investidura.
Hablar en nombre de los ciudadanos españoles, sin haberles pedido antes opinión; apropiarse de unos supuestos agravios al pueblo catalán y vasco mientras incrementan sus privilegios, o alegar sin fundamento la representatividad de la gente de la calle en demandas de cualquier tipo y condición, me parece una temeridad, por no decir una tropelía. Pero, investirse de una autoridad que nadie te ha concedido está a la orden del día, incluso por parte de quienes sólo tienen el respaldo de una minoría.
Esa gente del pueblo, cuyas inquietudes y preocupaciones dicen representar nuestros dirigentes políticos, lo que está es harta, precisamente, de que la utilicen y manipulen de forma indecente y descarada. La democracia española – cuya Constitución jurará hoy la princesa Leonor – lo que menos necesita son apropiaciones indebidas y actuaciones arbitrarias en beneficio propio. En nombre de España o en nombre de Cataluña, pueden realizarse grandes proezas, pero también algunos disparates.
Y, en estos momentos, uno de los mayores disparates que está a punto de perpetrarse es que se quiera presentar como mal menor el que un fugitivo acusado de varios delitos, y pendiente todavía de juicio, pueda ser amnistiado y rehabilitado, sin mostrar previamente por su parte el más mínimo gesto de arrepentimiento.
Increíble, pero cierto.