Javier Ruiz

LA FORTUNA CON SESO

Javier Ruiz


La sonrisa Frankestein

13/07/2023

Mucho se ha hablado y escrito del cara a cara que Atresmedia realizó con los dos principales candidatos de las próximas elecciones generales. Sucede, en cambio, que ninguno, a mi juicio, ha dado con la clave de lo que sucedió el lunes por la noche, cuando entre la fritanga y la ensalada nos preparábamos para cenar. Un señor que venía de Pontevedra se sentó a comer pipas y otro a dar puñetazos sobre la mesa como si no hubiera un mañana. Alguien asesoró mal sobre el nido del cuco y el pájaro salió abanto, sin fijeza, dando manotazos al aire sin cazar una sola mosca. Para quien estuviera cenando, intuyo que se le iría por el otro lado y pediría las sales, el agua o el botijo. A mí me pilló con el aire acondicionado – pues soy un rico según Sumar y Yolanda Díez- y por eso no me caí a plomo. Pero lo que allí se vio debiera estudiarse en los tratados de políticas, sociología y, por supuesto, psicología. Nunca nadie antes enredó tanto para salir tan mal parado. Ahora tiene gracia que lo que dijo Feijóo era todo mentira. Pues no sé qué hacía el presidente del Gobierno que no lo rebatía. Seguía tensando la mandíbula como si mordiera palos de madera.
El problema de Sánchez el lunes no fue ni de programa, explicación o dialéctica. Fue de forma, actitud y talante, como diría Zapatero a quien Dios tenga en la gloria de las pensiones no contributivas, los ex presidentes y los jarrones chinos. Tensó tanto la cuerda que se le salió la cadena. Sánchez, como alguien dijo o escribió es el prototipo de la Inteligencia Artificial. Tú lo programas para un centrifugado como una lavadora y te lo hace de cine, de igual forma que si hay que salir como los payasos de Micolor, lo borda como el mejor de los figurantes. Pero hace tiempo que algunos nos dimos cuenta de que a Sánchez le falta lo que viene siendo feeling, empatía, consideración… Vamos, que es el hombre de hojalata del Mago de Oz que sigue el camino de baldosas amarillas para encontrar su corazón. Ya tiene la fuerza del león y la inteligencia que le faltaba al espantapájaros, pero Sánchez anhela un corazón que empatice con la vida. Qué se le va a hacer, no todo en el mundo es posible y Feijóo lo vio de lejos. Se sentó, hizo el gallego, tiró de educación, buen humor y ganó. No fue fácil, porque cualquier otro en su lugar probablemente hubiera saltado ante el catenaccio de Mourinho. Pero a Feijóo se le hicieron los ojos pequeños detrás de las gafas y lo miró de la peor forma que se pudiera, condescendiente, a medio camino entre Txapote y el Falcon.
La mayoría de analistas se han tirado la legislatura completa hablando del Gobierno Frankestein, como metáfora de un ejecutivo apoyado por un grupo de partidos amalgamados únicamente con el pegamento del poder, cada uno de su padre y de su madre. Si uno ha leído la maravillosa novela de Mary Shelley sabe que la historia de Frankestein es una auténtica tragedia de un hombre hecho tornillos que no encuentra cariño, amor ni nadie que lo quiera. Por ello, deviene en monstruo de tuercas y manos grandes. Es el hombre de hojalata corregido y aumentado, sin entrañas ni capacidad ya de autocontrol. Sánchez se desencajó sobre todo en las risotadas, las carcajadas a destiempo, cuando la mandíbula le jugaba una mala pasada y lo dibujaba como a un cuadro de Bacon. Ahí perdió el debate, en su impostada barahúnda, en lo histriónico de los aspavientos, en el eco de sus sonrisas y voces lejanas, entre las campanadas de las Supertacañonas y los alaridos del Conde Drako contando galletas en su castillo de Barrio Sésamo. Se habló todo este tiempo del Gobierno Frankestein. El presidente ha heredado su sonrisa.