Por José Luis de la Cruz, director de Sostenibilidad de la Fundación Alternativas
En 1972, el Club de Roma advirtió de las consecuencias medioambientales y climáticas del modelo de crecimiento, basado en el consumo de 28.600 millones de toneladas de materiales cada año. Desde ese momento, el uso mundial de materiales se ha casi cuadruplicado, alcanzando los 54.900 millones de toneladas al año en 2000 y superando los 100.000 millones en 2019. Se prevé que el uso de materiales a nivel mundial alcance los 167.000 millones de toneladas en 2060 (OCDE 2019).
Por otro lado, la situación actual de las proyecciones de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), de acuerdo con los compromisos adquiridos actualmente por los países del G20, nos conduce a un aumento de la temperatura global de entre 2,4 y 2,6 grados, con graves consecuencias para el bienestar humano (PNUMA, 2022).
En tercer lugar, las conclusiones del informe de 2019 de la Plataforma Intergubernamental Científico?Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas indican que la naturaleza se está degradando a un ritmo sin precedentes en la historia de la Humanidad, y alrededor de un millón de especies están en peligro de extinción. Siendo la extracción y la transformación de recursos la causa de la pérdida de más del 90 por ciento de la biodiversidad y el estrés hídrico (ONU, 2019).
En definitiva, la triple crisis: clima, biodiversidad y contaminación, no solo persiste, sino que se ha intensificado. El mundo, la UE y España siguen estando lejos de cumplir con el Acuerdo de París, la conservación de la biodiversidad y el uso eficiente de los materiales.
Consciente de este contexto, España está implementando políticas para el necesario cambio del modelo energético, de producción y consumo y de desarrollo urbano y territorial. Pero en la actual fase de incipiente recuperación, debemos evitar que sea una recuperación económica sin recuperación social. El cambio de modelo ha de estar basado en el conocimiento y la innovación, y asociado ineludiblemente a la inclusión social para asegurar un futuro deseable y sostenible a nivel económico, social y ambiental que genere mayor calidad de vida.
No es solo un problema económico. La pandemia nos hizo conscientes de que la época actual exige maneras distintas de pensar. Al menos, nos ha obligado a dirigir nuestra atención hacia hechos que, o bien siempre han estado ahí, pero pasaban desapercibidos para nosotros, o son novedosos por ser consecuencia inevitable de los recientes avances tecnológicos.
Por ello, en el Día Mundial del Medio Ambiente, más que abundar sobre los distintos impactos que el estilo de vida del primer mundo está causando en el Planeta, en vez de seguir analizando y debatiendo sobre evidencias del cambio climático o la pérdida de biodiversidad, debemos poner el foco en cómo impregnar nuestra sociedad y a nuestros ciudadanos de valores éticos ambientales. Solo cuando la ética ambiental forme parte del ADN de la sociedad, conseguiremos hacer las cosas de otra forma y dejaremos de poner parches tecnológicos que, a la larga, terminarán por manifestarse insuficientes.
Urge redefinir nuestra actitud hacia el medio ambiente, lo cual implica un cambio profundo en nosotros mismos, en nuestras creencias y actitudes. Preguntas antes irrelevantes para nuestro comportamiento, como las relacionadas con nuestros hábitos alimenticios, medios de producción y sistemas de consumo, entre otras, son ahora capitales en nuestros estilos de vida. Fue el médico, teólogo y premio Nobel Albert Schweitzer quien expuso que «el gran error de toda ética ha sido, hasta ahora, el de creer que debe ocuparse solo de la relación de los seres humanos con otros humanos».
Ahora somos conscientes de que tenemos obligaciones morales con el resto de seres vivos. Debemos dejar de ver al medio ambiente como una cosa y protegerlo haciendo un uso racional de la naturaleza, evitando su deterioro y respetando sus límites. Entramos en una nueva forma de ver el mundo en donde los daños al medio ambiente no se deben juzgar solo desde los intereses humanos, sino desde la imperante necesidad de asegurar protección a la naturaleza, reconociéndole un valor en sí misma. Dotando al medio ambiente de naturaleza jurídica.
Ahora sabemos que la biosfera en la que vivimos no puede soportar por mucho más tiempo el actual modelo de desarrollo, con terribles desigualdades sociales y degradación ambiental. Es necesario no solamente que existan estrategias de desarrollo tecnológico y económico, ya que hasta que no consigamos que la ética ambiental forme parte de nuestro día a día seguiremos enfrascados en sesudos debates y magníficas ideas que nos permitirán acostarnos con la conciencia tranquila, pensando que los malos son los gobiernos y las grandes empresas, que en lo referente a la atribución de responsabilidades, yo, como ciudadano, estoy eximido. Y nada más lejos de la realidad, no debemos olvidar que los gobiernos son elegidos por decisión de los ciudadanos y que las empresas se guían por nuestras prácticas de consumo. Y aunque parece estar muy manido, para conseguir este objetivo, uno de los principales retos que seguimos teniendo es educar en valores y competencias en sostenibilidad y justicia ecológica a las actuales y nuevas generaciones.
Quizá en el momento en que la ética ambiental sea práctica diaria, cuando dejemos de pensar y planear la protección de los elementos naturales desde la propiedad individual y reconozcamos que son bienes comunes y su disfrute, derechos, en ese momento comenzaremos a crear una sociedad justa. Y en el Día Mundial del Medio Ambiente podremos celebrar los éxitos que estemos logrando, en vez de lamentar lo malas que son las empresas, la cantidad de plástico que generamos, la contaminación de los mares y, en definitiva, la gran injusticia ambiental que reina en el Planeta.