Al Lazarillo, la Celestina y Sancho Panza les gusta el tinto

L.G.E.
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Las tierras castellano-manchegas han dando buenos caldos, buenos escritores y han inspirado muchas obras literarias en las que no falta un buen vaso de vino

Ilustración del pasaje de los cueros del vino de la edición del Quijote de Odessa, de 1882. - Foto: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Las tierras que hoy forman Castilla-La Mancha han dado buenos caldos y buenos escritores. Se podría hacer un recorrido por la historia de la literatura castellana a través de los textos en los que el vino fue un personaje más. Toda lectura gana con un vaso de vino, un buen maridaje con las letras que se remonta unos cuantos siglos atrás.

El libro del Buen Amor

«Aquellos taberneros, que van por el camino»

La obra del Arcipreste de Hista ya previene de los peligros de beber sin control. «Buenas costumbres debes en ti empre haber, guárdate, sobre todo mucho vino beber, que el vino fizo a Lot con sus fijas volver en vergüenza del mundo, en saña de Dios caer». El pasaje recuerda como ejemplo lo que le pasó al personaje bíblico de Lot, al que sus hijas emborracharon para yacer con él y asegurarse descendencia al no encontrar varón tras la destrucción de Sodoma y Gomorra. El libro de Juan Ruiz también pone el ejemplo de un ermitaño que no sabía lo que es el vino y al que el diablo tienta así:«Aquellos taberneros, que van por el camino, te darán azas d'ello». 

El Corbacho

Lázaro bebe de la jarra del ciego utilizando una paja larga de centeno, en este óleo de Luis Santamaría y Pizarro.Lázaro bebe de la jarra del ciego utilizando una paja larga de centeno, en este óleo de Luis Santamaría y Pizarro. - Foto: Museo del Prado«ve que de vino se turba»

Alfonso Martínez de Toledo, el Arcipreste de Talavera, escribió en 'El Corbacho' el que quizá es el testimonio más conocido de literatura misógina en castellano y dedica parte a las mujeres aficionadas en exceso al vino. Pero incluso en su aversión al sexo femenino, Martínez de Toledo también 'reparte' algo de culpa a los hombres:«¡Oh maldita sea la mujer, e desta regla non salvo al hombre, que conosce o vee que de vino se turba, e cuando está turbada que la tienen por juglara e ríen della todos e la escarnecen por de gran linaje que sea, así los suyos como los estraños, sus partientes, marido e fijos!».

La Celestina

«Esto quita la tristeza del corazón»

La Celestina, con una buena jarra al lado, aguada de Luis Paret y Alcázar.La Celestina, con una buena jarra al lado, aguada de Luis Paret y Alcázar. - Foto: Museo del PradoA la alcahueta más célebre de la literatura le gusta el vino. Así lo escribió Fernando de Rojas, el autor de La Puebla de Montalbán, en palabras de su Celestina:«De noche en invierno no hay tal escalentador de cama, que con dos jarritos de estos que beba cuando me quiero acostar no siento frío en toda la noche», asegura. Y como es medio bruja y ya muy vieja, se sabe sus propiedades:«Esto quita la tristeza del corazón más que el oro ni el coral, esto da esfuerzo al mozo y al viejo fuerza, pone color al descolorido, coraje al cobarde, al flojo diligencia; conforta los celebros, saca el frío del estómago, quita el hedor del anhélito, hace potentes los fríos, hace sufrir los afanes de las labranzas, a los cansados segadores hace sudar toda agua mala, sana el romadizo y las muelas, sostiene sin heder en la mar, lo cual no hace el agua».

El Lazarillo

«Maldita la gota se perdía»

El pícaro de pícaros tenía que hacer sus tretas para conseguir algo de vino del ciego. «Yo, como estaba hecho al vino, moría por él», reconoce el propio Lázaro de Tormes. Primero bebía sin que se diese cuenta, pero luego su amo lo descubrió y no soltaba el jarro, así que Lázaro utilizaba una paja larga de centeno. También de eso el ciego se dio cuenta y optó por guardar el jarro entre sus piernas. El lazarillo fue más allá y le hizo un agujero al fondo del recipiente, tapándolo con cera. «Al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrábame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y, al calor de ella luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destilarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía, que maldita la gota se perdía».

Quevedo

«Yo os admito en mi gaznate»

Francisco de Quevedo, que murió en Villanueva de los Infantes, dedicó uno de sus sonetos al vino. 'Bebe vino, precioso con mosquitos dentro', reza el título. Yasí dicen algunos de sus versos: «Liendres de la vendimia, yo os admito en mi gaznate, pues tenéis por soga al nieto de la vid, licor bendito. Tomá en el trazo hacia mi nuez la boga, que bebiéndoos a todos, me desquito del vino que bebistes y os ahoga».

El Quijote

«Todo el aposento estaba lleno de vino»

Cervantes también hizo inmortal al vino en 'El Quijote'. Alonso Quijano no solo confundió a los molinos con gigantes, sino también creyó ver a esos gigantes donde solo había cueros de vino. «Había dado tantas cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el aposento estaba lleno de vino, lo cual visto por el ventero, tomó tanto enojo que arremetió a Don Quijote, y a puño cerrado le comenzó a dar tantos golpes». Su escudero, Sancho Panza, prefería beberse el vino, en lugar de batallar contra él. «En verdad que en mi vida he bebido de malicia, con sed bien podría ser, porque no tengo nada de hipócrita: bebo cuando tengo gana, y cuando no la tengo y cuando me lo dan, por no parecer o melindroso o malcriado; que a un brindis de un amigo, ¿qué corazón ha de haber tan de mármol que no haga la razón?». 

El teatro de Lope

«En sueño blando y amoroso»

Lope de Vega hizo de esta tierra el escenario de algunas de sus comedias y las acompañó con vino. En 'Peribáñez y el comendador de Ocaña' se recita que «ni el vino blanco imagino de cuarenta años tan fino como tu boca olorosa». En 'El galán de La Membrilla', el criado Tomé sospecha que en la casa hay un extraño silencio que se debe a los vapores vínicos:«Apenas suena un gallo, despertador de las tinieblas ciegas;y la causa yo hallo que es el estar junto a los gallineros, que el tufo les oprime los gargueros. No ladra un sólo perro ni maya un gato; que el licor famoso, desde su dulce encierro, los tiene en sueño blando y amoroso».

El árbol de la ciencia

«Pronto el río de vino se convirtió en río de oro»

En 'El árbol de la ciencia', Pío Baroja lleva a su protagonista Andrés Hurtado a una localidad manchega rodeada de viñas. «En la época del tratado de los vinos con Francia, todo el mundo, sin consultarse los unos a los otros, comenzó a cambiar el cultivo de sus campos, dejando el trigo y los cereales, y poniendo viñedos; pronto el río de vino de Alcolea se convirtió en río de oro. En ese momento de prosperidad, el pueblo se agrandó, se limipiaron las calles, se pusieron aceras, se instaló luz eléctrica...; luego vino la terminación del tratado, y como nadie se sentía la responsabilidad de representar al pueblo, a nadie se le ocurrió decir: cambiemos de cultivo». 

Plinio

«El olor a mosto, el unánime trajinar»

Los viñedos también han tenido su Sherlock Holmes particular. Es Plinio, jefe de la guardia municipal de Tomelloso, que ideó Francisco García Pavón. Una de esas aventuras se llama 'Vendimiario de Plinio' y ocurre en una vendimia en la que hay un cajón con un cadáver que aparece y desaparece. El guardia disfrutaba de la recogida de la uva:«En aquellos días de la vendimia, Plinio se sentía más ligado a su tierra que nunca. El olor a mosto, el unánime trajinar, la ilusión común le gustaban».