Me duelen hasta las pestañas

E.P.
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El cuerpo evidencia que algo no va bien a través de diferentes molestias que nadie quiere, pero que son necesarias para sobrevivir

Me duelen hasta las pestañas

Nadie quiere al dolor. Es horrible sentirlo, aunque sea un mal necesario, ya que es un mecanismo de defensa del cuerpo sin el que podemos perder la vida. Por eso es necesario en nuestras vidas, aunque no nos guste. El doctor Alfonso Vidal, coordinador del servicio de Anestesia y de la Unidad del Dolor de Quirónsalud Sur de Alcorcón en Madrid, del Hospital la Luz, y del Hospital Valle del Henares de Torrejón, ha publicado un libro sobre el tema: Vivir sin dolor (Harper Collins) en el que resuelve dudas, incógnitas y aclara conceptos como si  todos sentimos lo mismo en caso de padecer una misma molestia. «Si dos personas se ponen delante del espejo verán que son personas completamente distintas. Pero, si nos ponemos todos vestidos con una equipación similar da la impresión de que somos todos iguales o muy parecidos. En realidad, somos distintos, porque lo somos en el detalle, pero tenemos características de estructura, de funcionamiento, incluso de educación, que hacen que aunque una persona sea muy parecida tengamos una manera de manifestarnos diferente en los aspectos finos». Así, mantiene que el dolor depende de la estructura, de la fisiología, pero luego está sujeto a la especificidad de la genética, y también a la experiencia de cada uno: «Los gemelos idénticos tienen el mismo material genético pero su experiencia nunca es igual, aunque vayan juntos».

Habla también de los pelirrojos, por ejemplo, cuya genética les lleva a tener una menor tolerancia al daño, y a presentar cierta predisposición mayor al sangrado. En cambio, otras personas, como las que tienen síndrome de Down, pueden tener una mayor tolerancia. «Pero además de eso, si añadimos factores de educación, de motivación, de circunstancia, esto también se puede matizar y tener dos pelirrojos criados en entornos distintos y que respondan de manera distinta al dolor», agrega.

Ahora bien, para entender el mecanismo del este, el doctor Vidal explica que el sistema nervioso, que es el que transmite esta percepción, tiene dos categorías. Por un lado, indica que se encuentran los nervios especializados en la transmisión del dolor, distribuidos «de forma generosa, pero no completa y no semejante en todo el organismo», y presentes sobre todo en las zonas con más sensibilidad, como la zona genital, las manos, la cara o los labios. «Pero en el resto del cuerpo tenemos otros nervios que transmiten tacto, movimiento, temperatura y que, circunstancialmente, si el estímulo es bastante intenso, van a transmitirlo también», advierte.

A veces, una cosa que inicialmente no es dolorosa, como puede ser un pequeño pellizco, si este aumenta en intensidad llega un momento en el que sí que se convierte en doloroso y esto lo transmiten esas fibras que no están especializadas en dolor: «Hace que, inicialmente, una cosa que en principio no sea dolorosa lo sea y también al sentido contrario. Si te das un golpe y te pones rápidamente la mano ,ese dolor puede aliviarse en parte. Nosotros podemos interferir esa transmisión de esos nervios no especializados saturándolos con otro estímulo».

Esto llevaría a entender que, por ejemplo, no nos duela el pelo cuando nos lo cortan, si bien sí nos duele la raíz si lo estiramos. Y lo mismo sucedería con las pestañas, que en el tronco del vello no nos duele, pero sí si las estiramos y afectamos a la raíz. Es más, señala que cuando uno trabaja mucho con el ordenador le duelen los ojos y también las pestañas: «Si el ojo tiene tendencia a estar seco es fácil, entonces podemos identificar el dolor en la pestaña, pero en la pestaña en sí misma».

Emociones

Y... ¿hay algún dolor peor que otro? El especialusta lo tiene claro, aquel que afecta a un ser querido. «Te puede doler por delegación. A veces, afecta a todas las esferas de la vida y muchas veces te duele mucho más el de una persona a la que quieres, y no puedes más que asistirle sin apenas hacerle nada, ese dolor que supone impotencia, solidaridad o cariño. Estos dolores tienen un soporte orgánico. 

Además, habla del dolor procedente de la patología neurológica, que además de generar las manifestaciones típicas, provoca en quien lo sufre una sensación de desazón, de desespero. Aquí, señala que la neuralgia del trigémino es de los cuadros más dolorosos que existen porque la inervación de la cara es muy rica, con muchos matices. «Los de muelas, los reiterados, los cólicos renales, litiasis, los biliares, los que afectan a pancreatitis o los de la artroisis también son muy molestos», agrega.