Huellas indelebles

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La herencia española en cuba y filipinas

Huellas indelebles

Entre los múltiples fondos expuestos en la exposición temporal: '1898 El final de cuatro siglos de Cuba y Filipinas españolas' los hay que destacan por su gran valor histórico, artístico, patrimonial, crematístico, o bien por la acumulación de varios de ellos. Sin embargo, hay otros que pasan casi desapercibidos pero que tienen un alto valor por lo que representan. Es el caso de las medallas conmemorativas de la traída de aguas a Manila.

A pesar de lo distantes que en la actualidad nos puedan resultar, Cuba y Filipinas formaron parte de España durante cuatro siglos y en aquellas provincias ultramarinas fueron centenares los proyectos de infraestructuras, encaminados no solo a la defensa del territorio, sino también a su vertebración, ordenación y desarrollo, lo que llevó a la formación de un ingente patrimonio aún visible.

En ese proceso, los ingenieros militares, como técnicos de la Corona, ejecutaron tanto las obras de defensa e instalaciones industriales vinculadas a la propia defensa, como numerosas e importantes obras públicas, labor a la que se sumaron a partir del siglo XVIII los ingenieros civiles.

Todos sabemos que el primer ferrocarril español se construyó en Cuba, once años antes que el primero de la península. Pero no vamos a hablar de trenes sino de otras obras muy necesarias para la vida y la salud en las ciudades, las relativas al abastecimiento de aguas.

Desde el inicio de la presencia española en ultramar, las autoridades se preocuparon de dotar a los diferentes núcleos urbanos del agua necesaria para su vida. Las obras fueron mejorándose a medida que la población crecía y la demanda de agua se hacia mayor, culminado esas ampliaciones con los dos ejemplos que traemos.

En Cuba, el capitán general promovió una comisión formada en 1851 para el estudio del abastecimiento de agua a La Habana, presidida por el ingeniero militar Francisco de Albear y Lara, que elaboró el proyecto. La solución adoptada tomaba el agua cristalina en los manantiales de Vento, y suministraba 150.000 m3 diarios, lo que suponía 500 l/día por habitante. La obra se realizó entre 1861 y 1872 y fue galardonada en la Exposición Universal de París de 1878 con la distinción de oro como Obra Maestra de la Ingeniería Universal. El acueducto Albear sigue siendo considerada una de las siete maravillas de la ingeniería de Cuba y es Monumento Nacional de la República de Cuba.

En Filipinas, fue el ingeniero de caminos Genaro Palacios y Guerra el artífice del abastecimiento público de aguas a Manila cuyas obras se inauguraron en 1878, el último de las ciudades de Ultramar.  Su monumental infraestructura empleaba la tecnología de la máquina de vapor.

Además de estos dos ejemplos, muchos otros núcleos urbanos se beneficiaron de un saludable abastecimiento de agua como, por ejemplo: Santiago de cuba, Guanajuay, Cienfuegos, Güines o Sancti Spiritu, todos ellos en ultramar y en el siglo XIX, cuando en Toledo, para qué irnos más lejos, no se dispuso de un adecuado abastecimiento de agua hasta 1948.