Desde que el pasado 16 de noviembre el Congreso de los Diputados invistiera presidente por mayoría absoluta a Pedro Sánchez, la legislatura se ha caracterizado por dos cuestiones: una crispación que se está extendiendo a todos los órdenes de la sociedad y una preocupante inestabilidad producto de la precaria mayoría que sustenta al Gobierno. Los siete votos de Junts son decisivos para que Sánchez mantenga su objetivo de aferrarse al poder y los de Puigdemont no solo van a vender caro ese apoyo, como han venido demostrando en estos cuatro meses iniciales, sino que van a hacer ostentación de que son ellos los que marcan el paso que debe seguir el Ejecutivo. Ya lo ha advertido el propio expresident al afirmar que después de la aprobación de la enmienda a la Ley de la Amnistía, un auténtico trágala que el PSOE se ha visto obligado a aceptar, continuarán «con el proceso de independencia». Todo un desafío que nadie entre las filas socialistas se ha atrevido a contestar.
El siguiente hito de este convulso mandato lo constituirá la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. Este es el instrumento que marca la acción de Gobierno y por tanto supone el mejor termómetro para garantizar su estabilidad. Tras el pacto de la Ley de Amnistía, parecía que el acuerdo para sacar adelante las cuentas de 2024 era un hecho, así lo transmitió el propio Félix Bolaños en una comparecencia indescriptible, pero la voracidad de los separatistas no parece tener fin y ayer mismo el Ejecutivo lanzó el primer globo sonda acerca de una posible prórroga de los actuales Presupuesto. El encargado de rebajar las expectativas y aterrizar al PSOE desde la euforia inicial ha sido el ministro de Transportes, Óscar Puente, convertido ya en el portavoz oficioso de un Gobierno que parece actuar a salto de mata. Calificó de «poco acuciante» la aprobación de los Presupuestos, al tiempo que restó importancia a una posible prórroga de los actuales: «No es un drama, permite seguir trabajando con los fondos europeos», subrayó.
Fuera un baño de realidad o un intento de ponerse la venda antes de la herida, lo cierto es que refleja a las claras lo que va a suponer este mandato: un Gobierno más preocupado por los cambalaches que permitan su supervivencia que por la gestión y unos socios que no desaprovechan la ocasión para sacar réditos de la aritmética parlamentaria y del apego de Pedro Sánchez a La Moncloa. La lógica indica que una situación así de anómala no puede mantenerse mucho tiempo, lo que nos llevaría a una legislatura corta y a un adelanto electoral más pronto que tarde. Lo ocurrido estos cuatro meses, sin embargo, demuestra que la capacidad de cesión del PSOE tiende a infinito, lo que puede significar su permanencia