El Greco de Benlliure y el Crucero Universitario de 1933

Adolfo de Mingo Lorente
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Creta recibió la visita de universitarios españoles en dos ocasiones durante la Segunda República

Son muchas las fotografías, cartas, diarios y otros testimonios personales de los expedicionarios. La exposición de 1995 reunió varios de ellos.

El 15 de junio de 1933, recién finalizado el curso académico, una pequeña multitud de jóvenes universitarios zarpó desde el puerto de Barcelona con destino al que bien ha sido denominado «el sueño de una generación»: un crucero de 48 días por los principales destinos culturales del Mediterráneo, desde Túnez a Estambul, desde Palermo a la ciudad de Jaffa. Fue un viaje de conocimiento enmarcado dentro de las avanzadas iniciativas pedagógicas de la Segunda República, cuyo objetivo era trasladar las clases magistrales fuera de las aulas para conducirlas hasta enclaves tan excepcionales como yacimientos arqueológicos que en aquel momento se encontraban en pleno proceso de excavación, entre ellos el Palacio de Knossos (isla de Creta).

El recorrido -recordado por la Residencia de Estudiantes de Madrid y la Universidad Complutense en una exposición a mediados de los años noventa, y por Francisco Gracia y Josep Maria Fullola una década después en una completa monografía- había sido minuciosamente programado por Manuel Morente, decano de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Central de Madrid, y por Fernando de los Ríos, a la sazón ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes. Lo realizaron alrededor de 150 estudiantes, más una treintena de profesores. Algunos de estos viajeros -desde el arquitecto e historiador de la arquitectura Fernando Chueca Goitia hasta el cineasta Arturo Ruiz Castillo, pasando por Soledad Ortega Spottorno, hija del filósofo Ortega y Gasset- ocuparían años después cargos de gran responsabilidad educativa e institucional en España y también en el exilio. No sería exagerado hablar de toda una generación intelectual unida por la gran experiencia de este crucero, un acontecimiento entre cuyas visitas, conferencias y encuentros culturales la figura del Greco estuvo especialmente presente.

Alrededor de dos semanas después del inicio de la expedición, cuando los estudiantes habían recorrido ya las ciudades de Túnez y Susa (Túnez), Alejandría (Egipto) y Jaffa (Israel), el buque en el que viajaban puso rumbo Oeste y atracó en el puerto de la ciudad de Heraclion, donde al parecer hacía varias décadas que no fondeaba barco español alguno. La comitiva fue calurosamente recibida por el responsable turístico de la capital isleña, Apolodoro Melissidis, quien organizó un encuentro de los expedicionarios con una delegación de vecinos procedentes de Fodele, una pequeña aldea situada en el montañoso interior entre las ciudades de Heraclion y La Canea, lugar en donde algunos historiadores griegos habían fijado el lugar de nacimiento del Greco. Pese a que esta teoría haya sido descartada en nuestros días -Fodele ha estado históricamente vinculada a Retimno y nunca permaneció bajo la jurisdicción de Candía, en donde sí nació el pintor- aún era firme en 1933 por la razón, un tanto peregrina, de ser el único enclave de toda la isla entre cuyos vecinos se conservaba todavía el apellido del pintor.

La llegada de los españoles a Heraclion fue recogida por la prensa griega. El testimonio de estudiantes como Isabel García Lorca (1909-2002), hermana menor del poeta, a quien escribió desde la isla, permite conocer el gran homenaje que se les brindó. Así lo recordaría después el organizador del viaje, el decano García Morente, en un diario que se conserva en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares: «El presidente del casino, en frases sencillas y amables, nos deseó la bienvenida y nos dijo que los cretenses, no sabiendo cómo ofrecernos el testimonio de su cariño, habían pensado que nos agradaría conocer a algunos compatriotas del Greco. Al parecer, el nacimiento del Greco en la aldea de Foedele está bastante atestiguado y el casino de Candía había hecho venir a unos doce aldeanos de Foedele (pueblecito perdido en la montaña inaccesible) que con encantadora sencillez distribuyeron entre nosotros laurel, mirto y naranjas. Algunos de ellos llevan el apellido Teotocopouli».

Los cretenses pidieron a los visitantes españoles a cambio de estos presentes que, a su regreso a la Península, acudiesen a Toledo para depositar en la tumba del Greco unas ramas de mirto cortadas en las inmediaciones de la que ellos suponían era su casa natal y que habían sido adornadas con banderas de Grecia y España.

García Morente se comprometió, por su parte, a enviar a los vecinos de Fodele un álbum ilustrado con las obras del pintor. La promesa se cumplió un año más tarde: dos lujosos tomos llegaron a Creta en manos del embajador español en Atenas, señor García Conde.

Fueron muchas las anécdotas del crucero universitario de 1933. En él coincidieron tanto el padre de la Fundación El Greco 2014, Gregorio Marañón y Moya, como el padre del comisario de la exposición ‘El Griego de Toledo’, Julián Marías. También participó María Elena Gómez Moreno, futura responsable de la Casa y Museo del Greco durante muchos años, así como el eminente historiador toledano Fernando Jiménez de Gregorio (1911-2012), uno de los últimos testigos vivos del acontecimiento. Hace algunos meses vivía aún el matrimonio formado por Juan Capdevila y Teresa Bermejo, que se casaron poco después de compartir el apasionante viaje. Él tenía 103 años y ella 102. El hermano del yerno de ambos, Miguel de la Quadra Salcedo, ha reconocido en varias ocasiones que se inspiró en el crucero de 1933 para diseñar la Ruta Quetzal.

Incluso el buque en el que se realizó el viaje merece ser destacado. Fue botado en 1929 por la Compañía Transmediterránea y bautizado como ‘María Cristina’ en honor a una hija de Alfonso XIII, pero su denominación cambió durante la Segunda República, cuando fue sustituida por la de ‘Ciudad de Cádiz’. En 1937, cuatro años después de realizar el crucero universitario, cuando era utilizado por el bando sublevado en plena Guerra Civil, fue hundido por un submarino soviético cerca de la costa de Turquía.

Fue la gran experiencia de su generación, pero no la única. La Universidad de Valladolid organizó un año después, en 1934, un viaje de formato mucho más reducido y exclusivamente centrado en Grecia. La comitiva, encabezada por Cayetano de Mergelina y Elías Tormo, planificó el recorrido a través de la Liga Hispano-Helénica de Atenas. Entre los objetivos de partida estaba el seguir estrechando las relaciones de los universitarios españoles con Heraclion a través de un pequeño pero simbólico monumento conmemorativo: una estela de granito con una placa de bronce realizada por el escultor Mariano Benlliure. Su inscripción, que aún puede leerse, en castellano y griego, dice lo siguiente: «La Facultad de Historia de la Universidad de Valladolid -alma en el corazón de Castilla- ofrenda a Fodele esta piedra arrancada de Toledo en memoria de la gloria inmortal de Domenicos Theotocopouli. Julio 1934». Benlliure, quien costeó la pieza de su bolsillo -en reconocimiento fue nombrado Amigo ilustre de la Universidad de Valladolid-, empleó efectivamente piedra berroqueña de canteras toledanas para significar la vinculación entre el Greco y la ciudad. La placa de bronce, que reproducimos junto a estas líneas, rinde homenaje al artista a través de su supuesto autorretrato, conservado en el Metropolitan de Nueva York. El encargado de descubrir el monumento ante las autoridades cretenses fue Elías Tormo, si bien el joven encargado de pronunciar unas palabras, en griego moderno, fue Antonio Tovar, que posteriormente se convertiría en un significado falangista y rector de la Universidad de Salamanca.

«¿Qué piensa usted del momento político?», había preguntado en Barcelona un periodista amigo al doctor Marañón mientras veía zarpar el crucero con su hijo a bordo. «No he sabido qué responderle -expresó en un artículo publicado en El Sol el 17 de junio de 1933-. Mi política estaba en el Ciudad de Cádiz, que enfilaba graciosamente el alta mar».