Manuel Juliá

EL TIEMPO Y LOS DADOS

Manuel Juliá

Periodista y escritor


Las migajas del poder

18/12/2023

A veces la izquierda no necesita enemigos, se basta ella misma para inmolarse en un aquelarre de personalismos y rencillas domésticas. La dispersión operativa es una de las formas básicas del ser de la extrema izquierda. Cada uno a su manera se echa la bandera del pueblo al hombro y compite en un bagaje de soluciones que suelen decir lo mismo de muy distintas maneras. Esa dispersión se explica muy bien en el filme La vida de Bryan, cuando en el Coliseo un pequeño grupo de conspiradores enumera los movimientos antimperialistas de Judea. Después de reconocer el derecho de los hombres a parir, aunque no puedan, se les acerca un paisano y les dice: «¿Sois del Frente Judaico Popular? «No, somos del Frente Popular de Judea». «Quiero unirme a vosotros», le dice. «¿Odias a los romanos?, le insisten. Les responde que sí. Luego el líder le aclara que ellos odian a tope a los romanos, pero que odian más a los del Frente del Pueblo Judaico. «¡Disidentes!», gritan los compadres. Y siguen gritando disidentes mientras el grupo, cuatro, va diciendo los diversos movimientos: la Unión Popular, la Unión Popular Judaica, el Frente Unido del Judea...
Aunque por grotesco exagerado, el rosario de frentes y movimientos, siempre populares y mostrando una unión deseada, es real en la extrema izquierda. Nombres que han ido llegando y muriendo, generando un escepticismo social profundo, como si todas estas historias fuesen ante todo un juego de personalismos y estrechas divergencias. Ahora el disidente es Podemos, que ayer fue el abanderado de una sociedad cansada de un bipartidismo rodeado por causas de corrupción, e incapaz de dar respuesta social a la crisis del 2008. Por la izquierda emergió Podemos y por la derecha Ciudadanos. 
Querían encumbrar a la sociedad y se encumbraron ellos. La falta de experiencia les hizo cometer errores de bulto. Hoy uno está ya ahogado y el otro estaba siendo fagocitado por Sumar, cuando se han rebelado. No me extrañaría que aparezcan pronto con otro nombre, porque Podemos tiene el lastre del terrible error técnico de la ley del sí es sí. Pero lo que subyace en el fondo es, como dice John Carlin, «la eterna psicopatología de las pequeñas diferencias que ha lastrado siempre a la extrema izquierda, de grupúsculo en grupúsculo hasta la derrota final». 
Hasta ahora. Porque el pragmatismo de Yolanda Díaz ha conseguido unirlos en una sola candidatura que poco a poco va cogiendo un sólido prestigio. Sin Podemos claro, que ya apenas puede nada. Lo han tirado del tren en marcha. Así que buscan su espacio y vuelven a unas elecciones europeas, que es de donde salieron. 
Han madrugado ansiando batalla electoral y han nombrado a la despechada Irene Montero cabeza de lista. «Pa no llegar tarde», como decimos por aquí.