Esther Durán

Serendipias

Esther Durán


Blanqueando

07/07/2023

Cuando hablamos de acoso escolar al alumnado, hay una cuestión fundamental que repetimos siempre y que queremos que entiendan pues ser conscientes de ella es imprescindible para erradicarlo: no se puede mirar a otro lado. Recreando un término que hace años protagonizó una columna de la mejor, Rosa Montero, los tibios también tienen la culpa, de hecho, como ella decía, malditos sean los tibios. Uno no puede agachar la cabeza y seguir su camino si presencia cualquier acto que provoque daño o pueda provocarlo a una persona. Nosotros vivimos vigilantes pero desgraciadamente no tenemos ojos y oídos en los lugares más vulnerables para que se den situaciones peligrosas, por eso, es imprescindible contar con la mayoría, porque la grandísima parte de chicos jamás acosaría a un compañero. Silenciar el acoso, no denunciándolo, no te convierte en acosador, pero sí te hace cómplice. Estoy convencida de que todos estamos de acuerdo en ello.
Estos días tengo la sensación de que esa batalla que libramos a diario para conseguir una juventud comprometida, respetuosa, pacífica y empática se va al traste a otros niveles. No soy machista pero voy de la mano con quienes niegan la violencia de género; no daré un paso atrás en derechos LGTBI pero me alío con quienes comparan la libertad con la pedofilia y hablan de trapo arcoíris; defendemos los derechos humanos pero blanqueo el discurso de vienen de fuera a quitarnos pensiones, ayudas, trabajo… ¿De verdad una persona que desconoce el idioma y llega con una manita delante y otra detrás en una patera nos quita el trabajo a quienes tenemos la fortuna de tener una formación y/o profesión gracias, entre otras cosas, a una educación pública de bastante calidad -ojalá pudiera tener más, ojalá todos quisieran que tuviera más y nos dieran medios-? Hasta un chaval de 14 años, con la vehemencia que da la edad, claudicó en este argumento cuando le planteé la pregunta. 
Los dimes y diretes, las contradicciones que rozan el ridículo, las pausas incómodas por falta de respuesta, los personajes sacados de un circos esperpénticos y colocados en puestos serían graciosos si fuéramos el público en un sainete; pero, desgraciadamente, quieren y pueden ser los autores de la novela donde todos somos protagonistas.