Con las urnas de las municipales y autonómicas casi sin recoger en los colegios electorales, Pedro Sánchez anunciaba una comparecencia de urgencia. Era lunes 29 de mayo y el PSOE había perdido horas antes una parte importante de su poder territorial. Pese a ello, nadie -salvo el círculo más íntimo del presidente- esperaba un giro de guion tan pronunciado: el líder socialista adelantaba los comicios generales y elegía como fecha de celebración un atípico 23 de julio. España tenía que volver a las urnas y lo iba a hacer en pleno verano por primera vez en democracia.
El día señalado por Sánchez, tan caluroso como anunciaron entonces los meteorólogos, ya ha llegado y más de 37 millones de ciudadanos están llamados a las urnas. Más de 2,6 millones de ellos ejercerán su derecho por vía postal, un récord histórico que, no obstante, se esperaba. Y es que, según adelantó el Instituto Nacional de Estadística, alrededor de 12 millones de españoles se encuentran fuera de sus domicilios habituales este fin de semana, uno de los más típicos para disfrutar de los períodos vacacionales.
El voto por correo, de hecho, ha sido uno de los grandes puntos de interés durante la campaña con polémica incluida. Los retrasos en la entrega de la documentación desataron las críticas de PP y Vox que acusaron a la dirección de Correos, que es una empresa pública, de no haber previsto una situación como la que se iba a vivir; y exigieron que ni un solo voto se quedase sin entregar en los plazos correspondientes. Desde la izquierda arremetieron contra la derecha por sembrar dudas sobre la seguridad y la limpieza del trámite postal.
Trumpista fue uno de los adjetivos que se escucharon a raíz de la polémica de Correos. Pero no fue el único intento de descalificación de uno y otro bloque al adversario. La agresividad dialéctica ha sido una constante a lo largo de la campaña en detrimento de las propuestas. Los programas no lograron el protagonismo que, en teoría, merecerían. La reflexión sobre a quién votar debiera depender sobre todo del programa que cada candidatura presenta, pero lo cierto es que, una vez más, esta campaña no se ha caracterizado por esa confrontación de ideas y proyectos, sino que ha ido, de nuevo, por otros derroteros. Se vio de forma muy clara en el único cara a cara que han mantenido los dos candidatos que tienen más opciones de llegar a la Presidencia, Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.
En este sentido, basta recordar que estas semanas previas al 23-J pasarán a la historia, entre otras cuestiones, por el lema «¡Que te vote Txapote!», una frase dirigida al candidato socialista y que, incluso, ha servido para crear una profunda división entre las víctimas del terrorismo por la supuesta banalización de la violencia etarra.
El duelo de los bloques
En muchos de esos broncos enfrentamientos que se han vivido durante estos días los posibles pactos postelectorales han sido los grandes protagonistas. Desde la izquierda los ataques han recaído principalmente sobre el candidato popular por su esperable alianza con Vox. El hecho de que parte de la campaña haya coincidido con la negociación y formación de distintos gobiernos autonómicos en los que el PP se ha aliado con la formación de Santiago Abascal ha servido de arma arrojadiza a PSOE y Sumar para agitar el fantasma de la entrada de la extrema derecha en las instituciones. Para los partidos de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz un pacto entre las formaciones de la derecha «llevaría al país al pasado».
Mientras, en el otro bloque, algunos de los apoyos que han resultado claves para sacar adelante los proyectos del Gobierno -los votos de independentistas y abertzales- han sido el argumento elegido para arremeter contra Pedro Sánchez. Su cercanía con Bildu y ERC se ha convertido en leit motiv de la campaña de PP y Vox. Además, las palabras del portavoz de Esquerra, Gabriel Rufián, en el debate a siete asegurando que han obligado al Ejecutivo «a hacer cosas que no quería hacer» han servido de gasolina perfecta para los ataques.
Mayoría absoluta
Es evidente que la fragmentación actual del Congreso y, sobre todo, del voto ciudadano aleja la posibilidad de que un partido alcance en solitario la mayoría absoluta en la Cámara Baja. Ninguna de las encuestas publicadas en las semanas y meses previos a los comicios, de hecho, vaticina la posibilidad de que alguna fuerza política supere por sí misma los 176 parlamentarios necesarios. Por tanto las formaciones están condenadas a entenderse.
Las urnas tendrán la última palabra para dejar esbozadas las posibles alianzas para llegar al poder. Los bloques -la derecha con PP y Vox; y la izquierda con PSOE y Sumar- están claros. Falta por concretar este 23-J si cualquiera de ellos supera esos 176 escaños y si, una vez que eso se produzca, los partidos llegan a un acuerdo de investidura o de Gobierno. Será el momento, además, de la tradicional aparición de regionalistas, nacionalistas, independentistas y abertzales que aferrados a aquel lema de la Transición -café para todos- pondrán precio a unos apoyos que podrían resultar decisivos para cualquiera de los dos bloques.
Unos números difíciles de cuadrar o la falta de entendimiento entre partidos podrían conducir al país a una situación de bloqueo y quién sabe si a una repetición electoral como ya se vivió tras los comicios de diciembre 2015: seis meses de interinidad del Ejecutivo de Mariano Rajoy que desembocaron en unos nuevos comicios.
los candidatos. De los cuatro líderes con opciones de llegar directa o indirectamente a Moncloa, dos ya saben lo que es ver su nombre en las papeletas de las generales (Sánchez y Abascal), y otros dos se estrenan como candidatos nacionales: Feijóo, que llegó al poder de Génova después de una grave crisis interna del PP que enfrentó al anterior presidente, Pablo Casado, con la baronesa de Madrid, Isabel Díaz Ayuso; y Díaz, quien, tras ganar protagonismo en el Gobierno, decidió desligarse de Podemos para crear su propio proyecto, Sumar.
En unas horas todo -al menos en lo que a resultados se refiere- estará consumado. Todos serán ganadores, como es tradición tras unas elecciones, pero serán los números los que señalarán quién se ha llevado esta trascendental cita veraniega.