Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Neologismos

24/10/2019

De vez en cuando, es necesario buscar un término o una expresión nueva para delimitar conceptualmente otros enfoques de la realidad propios de un contexto indeterminado y cambiante, para denominar situaciones sin precedentes, descubrimientos o inventos. Incluso para adoptar con poco acierto un vocablo o locución de otras lenguas porque no encontramos  una más precisa en la nuestra o porque nos tenemos ganas de discurrir para buscar la más justa y eufónica.
Otras veces son fruto de las modas, de la grandilocuencia o de la poca creatividad. Y otras, justo por lo contrario, son profusión y generosidad de ingenio como la que prodigaba Quevedo, recuérdese la sublime batalla nabal en la historia de la vida del Buscón Don Pablos, aunque sus críticos señalen que daba más importancia al significante que al significado.
En cualquier caso, reconocerán conmigo que ahora hay un empeño común por renovar expresiones y utilizar nuevas palabras para hacer más atractivo, por acompasar a los nuevos tiempos, lo que se cuenta. Aunque puede llegar a tener el efecto contrario, si se convierten en jergas abstrusas para el común de los mortales que escuchamos abrumados con recelo.
Así, a los que somos de campo y de pueblo, hasta que no estudiamos los  detalles nos cuesta reconocer y relacionar lo que llevamos haciendo toda la vida con expresiones como economía circular, desarrollo sostenible, economía colaborativa, democracia directa, gobernanza, canales cortos o  territorios inteligentes, que ahora destacan como valores a proteger.
Muchos historiadores coinciden en que las luchas del campo, a diferencia de las urbanas, ponen su meta en el pasado para seguir viviendo de su trabajo y de su tierra. Tal vez por eso se considera al medio rural alejado del progreso y la innovación sin percatarnos de que muchos de los valores por los que apostamos están allí porque fue donde se gestaron.
Las poblaciones rurales llevan haciendo economía circular desde hace siglos gestionando conjuntamente la agricultura y la ganadería de modo que los pastos y restos de las cosechas sirven de alimento al ganado y las deyecciones devuelven fertilidad a la tierra o cuidando los bosques para obtener madera y frutos. No se pierde energía física porque se emplea en producir y en mantener la salud. No se desperdician ni tiran los alimentos porque sirven de comida a los animales o para abonar. Todo tiene múltiples usos antes de desecharse. Se consumen productos de temporada de los huertos y el exceso de tomates, calabazas o cebollas pasa por un canal corto a otros vecinos. La cooperación entre los del pueblo en sus tareas, agrarias o de servicios, es economía colaborativa y son capaces de gobernarse para tomar decisiones sobre los caminos, el riego, los montes, los pastos o los edificios de la comunidad bajo el árbol juntero o en concejo abierto. Modelos asamblearios de democracia directa, participativa- bien canalizada y útil- y hasta con gobernanza.
Esta habilidad de las poblaciones rurales para cooperar defendiendo sus valores, que es la forma de sobrevivir, inspiró los trabajos de Elinor Ostrom sobre la reversión de la tragedia de los bienes comunes por los que recibió el Nobel de economía en 2009.