Decía algún digital, este sábado de reflexión, que Pedro Sánchez, a la vista de tanto escándalo y escandalito, con la presidenta madrileña hasta insinuando un pucherazo electoral, estalló con un grito de "¡campaña de mierda!" ante algunos colaboradores. No puedo certificar que sea cierto -ni estaba allí ni lo fío todo a medios que se han caracterizado a veces por su parcialidad--, pero lo que es indudable es que la que ha desembocado en la jornada electoral, tensísima, de este domingo, ha sido, en efecto, una campaña de mierda: nos ha empobrecido moralmente, nos ha hecho desconfiar de nuestras instituciones y ha empeorado esa imagen exterior de democracia ejemplar que pretendemos para nuestro país. Ahora toca olvidar tantos lodos y recomenzar, ya este lunes, otra inevitable campaña, pero muy diferente, si es que puede ser.
No tema: no voy a recordarle a usted los muchos episodios sonrojantes, por decir lo menos, que han salpicado estas semanas, meses, incluso años de 'precampaña', donde tanta irregularidad, tanto desenfreno y tantas pillerías se han practicado. La verdad es que últimamente las campañas electorales en España, no solo esta última, dejan mucho que desear, pero esta ha batido todos los récords, hasta desembocar en la advertencia de nada menos que la presidenta madrileña, Díaz Ayuso, en el sentido de que podría producirse, desde el Gobierno de Pedro Sánchez, un fraude electoral. Un 'pucherazo', vamos. Menos mal que parece que su teórico jefe político, Alberto Núñez Feijoo, no secunda tales demasías.
Claro que Sánchez, en esta suerte de primarias en las que los problemas de los vecinos han contado casi nada, tampoco se ha quedado corto en sus descalificaciones globales y desmedidas contra el adversario. Así, mientras Feijoo hablaba de 'derogar el sanchismo', Sánchez parecía evocar un 'delenda' global contra su oposición, a la que repetidamente ha acusado de ir en contra de la Constitución entre otras lindezas, como veladas sugerencias a que 'la derecha' propiciaría un golpe de Estado (bueno, también la derecha lo dice sobre la izquierda). Pues claro que aquí nadie propicia, ya, golpe de Estado alguno, ni hay más intentos de alterar la normalidad electoral que los que puedan provenir de aquel país del Este que usted y yo sabemos. Ha sido una campaña de mierda, sí, pero el país, esta magnífica España que lo aguanta casi todo, ha seguido funcionando impávida ante la agitación que promueven quienes quieren representar a la ciudadanía.
Ahora toca olvidar lo vivido: las falsas polémicas sobre ETA, sobre si somos unos racistas de mierda (como la campaña), sobre si aquí se compra y se vende el voto de todo el mundo... Lo urgente es normalizar el país. Y lo malo es que poco van a contribuir a esa normalización ciertos pactos poselectorales entre los que se auguran extraños compañeros de cama para hacerse con una parcela más o menos importante de poder. Ya hemos tenido mucha 'coalición a palos', mucho aliento del pequeño, pero necesario, en el cogote del grande, pero necesitado del pequeño incordio. Basta ya. Es verdad que unos han hecho una campaña más intensa e imaginativa que otros, y otros la han hecho más elegante que unos. Lo que no entiendo es cómo no han acabado con los nervios destrozados tras meterse miles de kilómetros entre pecho y espalda lanzando 'fake news', dardos, venablos y promesas tantas veces incumplibles, se plasmen o no en el 'Boletín Oficial del Estado'.
Remansemos, pues, el país, que aún nos quedan, no se me aflija nadie, otros seis meses de campaña. Y ahora sí que va a ir en serio, porque nos jugamos el ser o la nada. Que esta haya sido la última 'campaña de mierda' de nuestras vidas es lo que deseo hoy, en esta jornada de votación por la que muchos, increíble, apostamos todavía con cierta ilusión.