Cuando la guerra golpea la salud

Agencias
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Los conflictos bélicos influyen silenciosamente en las personas que padecen enfermedades crónicas debido a la falta de acceso a las atenciones médicas y a la interrupción de tratamientos y cuidados en estas zonas

Más de las dos terceras partes del total de defunciones en los territorios palestinos ocupados en 2018 se debieron a afecciones de tres o más meses de duración. - Foto: EFE

Normalmente se asocia a la guerra con la muerte, el dolor y el sufrimiento de una forma muy directa. Pero, en ocasiones, pasa desapercibido cómo los enfrentamientos también tienen su impacto en la salud de las personas sin que las armas actúen de manera explícita. Los conflictos bélicos generan un caos que desmantela los sistemas sanitarios y socava las estructuras sociales y económicas. En este contexto, uno de los campos más afectados es el de las enfermedades crónicas, donde la atención médica se ve gravemente comprometida, dejando a quienes dependen de ella en una situación de extrema vulnerabilidad. 

La interrupción de la cadena de suministro de medicamentos, la destrucción de infraestructuras sanitarias y la migración forzada de profesionales de la salud son solo algunas de las consecuencias que agravan la carga de este tipo de patologías en medio del conflicto.

En este sentido, la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS) ha elaborado un informe que arroja luz sobre esta realidad y que alerta que estas situaciones de conflicto suelen pasar desapercibidas y, a menudo, pasado por alto. Así, la denominan la «muerte silenciosa», ya que acecha a quienes padecen enfermedades crónicas en zonas donde se libran las contiendas. 

A pesar de que aún hay pocas publicaciones al respecto, la conclusión a la que llega el estudio es esclarecedora: la prevalencia de este tipo de afecciones es alta en territorios donde la guerra impera.

Uno de los conflictos que en la actualidad copan cada día los informativos es el de Oriente Próximo. Los constantes ataques de Israel contra la Franja de Gaza y el grupo terrorista Hamás no cesan y, pese a que la guerra comenzó en 2023, el mal de las enfermedades crónicas provienen de varios años atrás. En 2018, antes de la pandemia, estas patologías representaron más de las dos terceras partes del total de defunciones en los territorios palestinos ocupados. Esta lacra supone la mayor carga de morbilidad en los países del entorno, donde la falta de atención médica incide en la calidad de vida de forma decisiva.

«Pueden afectar hasta un 70 por ciento de la población a lo largo de la vida», sostiene el informe. El asunto se complica cuando, durante los conflictos armados, la prevención primaria y secundaria, el control de factores de riesgo, el acceso a las pruebas diagnósticas y los tratamientos para intentar curar estas enfermedades quedan interrumpidos. Este escenario tiene unas importantes consecuencias sobre las personas, especialmente aquellas en situación de vulnerabilidad como los niños, las mujeres o los ancianos.

Consecuencias directas

De este modo, los efectos sobre la salud de estos colectivos son claros: la interrupción de tratamientos y cuidados aumenta la mortalidad prematura evitable entre las personas con enfermedades crónicas. Un ejemplo evidente es que la falta de acceso a los medicamentos pertinentes agrava el pronóstico de los pacientes con cáncer.

Así, sin salir de Oriente Próximo, durante la guerra de Siria, solo el 46 por ciento de la población pudo completar el tratamiento con radioterapia y uno de cada dos finalizó el de quimioterapia, como consecuencia directa del déficit de instalaciones y personal sanitario.

No solo en esta parte del mundo sufren esta cruda realidad y el continente africano es otra buena muestra de ello. A raíz del conflicto desatado en el 2020 en Etiopía, más de la mitad de las personas que sufrían de SIDA, hipertensión, diabetes e insuficiencia cardíaca tuvieron que dejar los tratamientos. Las devastadoras consecuencias de esta problemática se ven de manera más acuciante, como en la mayoría de casos, entre la población con menos recursos. Y es que el incremento del precio de los medicamentos se convierten en otro «asesino silencioso» que afecta a millones de personas.

Si se atiende a la salud mental, los trastornos psicológicos como la ansiedad, el estrés o la depresión también se topan con distintas barreras a la hora de intentar ponerles freno, dado que los desplazamientos forzosos y los traumas derivados de la violencia generada en situaciones tan convulsas son muchos y no se cuenta ni con personal ni con tiempo y dedicación para tratarlos como es debido.

Cómo poner remedio

En este contexto, las muertes por estas causas pueden quedar enmascaradas por las grandes cifras de pérdidas humanas directas e indirectas a corto plazo, ya sea por culpa de los bombardeos, las epidemias o las infecciones.

Para dar cobertura sanitaria tanto a las personas que viven en los territorios donde se desarrolla la guerra como a las poblaciones desplazadas dentro o fuera del país, el informe incide en la descentralización de los servicios de salud y potenciar los comunitarios, que permiten un acceso más equitativo a unos recursos materiales y humanos escasos.

En este sentido, el fortalecimiento de la Atención Primaria juega un papel fundamental. Promover campañas de vacunación contra el cáncer o potenciar los programas para el control del consumo de tabaco son dos ejemplos, en principio, viables. Más complicada se antoja la investigación en la prevención y tratamiento de las enfermedades crónicas, dada la falta de datos disponibles y de inversión en los territorios afectados.

Soluciones necesarias para intentar poner fin a una cicatriz olvidada, pero patente.