Miguel Ángel Dionisio

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Miguel Ángel Dionisio


Adriano y sus memorias

12/07/2023

Conocer las grandes figuras del pasado es siempre un aliciente para superarnos y tratar de vencer la mediocridad en la que solemos movernos la mayor parte de los mortales. El género biográfico ha sido una de las ocupaciones preferentes de los historiadores, que tratamos de recuperar, enmarcado en su contexto, el desarrollo vital de personajes que han tenido –o no- un papel en la sociedad. Pero a veces, junto a las frías descripciones que solemos hacer los profesionales de la Historia, podemos encontrar alguna biografía fruto del interés de algún escritor, capaz de regalarnos auténticas obras maestras. Como muestra, las geniales que realizó Stefan Zweig sobre Fouché o María Antonieta. Aunque hay una que, creo, supera a todas.
El otro día, al hilo de mis paseos romanos junto a Castel Sant´Angelo, la evoqué. Pero hoy quiero volver sobre ella, pues, en este insoportable verano de campaña electoral, se ha convertido en un oasis que permite evadirme de este agobiante bombardeo que estamos sufriendo por parte de políticos que, nuevos Romanones, fieles al axioma de que las promesas electorales están para incumplirlas, nos regalan los oídos con cantos de sirena, en una almoneda vergonzosa e inmoral, verdadero y consciente insulto a la inteligencia del ciudadano. Se trata, lo habrán sospechado, de ese maravilloso libro de Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, poesía hecha novela, belleza lírica encarnada en unas supuestas memorias del emperador ya anciano, que mira hacia atrás, desde la conciencia lúcida del próximo fin de su existencia.
Lo he leído y releído en varias ocasiones. Y, como me ocurre con otra obra maestra, El nombre de la rosa, siempre descubro nuevos matices. Su autora tardó varios años en escribirlo, destruyendo, incluso, una primera versión. En él vertió sus inmensos conocimientos, fruto de una pasión desbordante, sobre el mundo clásico. Las fuentes consultadas, ricas, variadas, nos hablan de una cuidadosa documentación, que abarca desde los estudios de ese fantástico lugar que es la Villa Adriana en Tívoli, hasta la información sobre acontecimientos, personajes –incluido el misterioso Antínoo- que culminan en el propio emperador.
El retrato de Publio Elio Adriano es magistral. Una verdadera introspección que revela los más hondos recovecos de su alma –esa animula vagula blandula- desde la que vamos descubriendo la historia de Roma en el momento de su mayor esplendor. Pero no es sólo historia; arte, política, filosofía y pasiones humanas, sobre todo el amor, se van entretejiendo para formar un primoroso paisaje que nos enseña, deleita e invita la reflexión. Un homenaje a la cultura grecolatina de la que aún bebemos y vivimos. Revelación de un hombre «que casi llegó a la sabiduría».
La traducción, realizada por el escritor argentino Julio Cortázar, es una de las más destacadas de la obra de Yourcenar. Y el protagonista, estadista de amplia visión, nos obliga a lamentarnos por la horda de mediocres que solicitan nuestro voto este mes del divino Julio.

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