Ignacio Ruiz

Cabalito

Ignacio Ruiz


Segismundo, el enmascarado

04/10/2023

El rey de Polonia, Basilio, mantuvo a su hijo encerrado durante años. Por eso, el sopor de un encierro total, desde temprana edad, configuró la vida de Segismundo en torno a ensoñaciones sobre lo que ocurría en su pequeña celda.
Las máscaras que nos ponemos, al cabo del día, como dice María Lara en su libro 'Historias de las guerras de religión', vienen a ser como ese sopor que anula nuestros sentidos y nuestra consciencia sobre lo que es real o no, sobre lo material e inmaterial, sobre el bien y el mal.
Calderón, como recoge la doctora por Alcalá de Henares, pretende con su vida es sueño mostrar, con contundencia, junto con Quevedo, Rioja, Enríquez Gómez y López de Vega, una crítica que por 1640 ya era rompedora frente al unánime seguidismo que manipulaba una minoría frente a la mayoría de la sociedad. Todo por unos intereses personales y personalistas.
Si hacemos un paralelismo con la actualidad, venimos a estar igual. Unos pocos van a decirnos cómo hemos de comportarnos. Todo bajo la premisa del interés por el sillón de Sánchez y el afán protagonista de la vicepresidenta de asuntos supraorbitales y relaciones exoplanetarias.
Lo malo de ello es que, tras cuatro siglos, María Lara vuelve a sacarlo a la palestra por los enfrentamientos y abusos que se cometieron en nombre de las religiones sobre los hombres.
Pero el laicismo no fue tampoco ejemplo de bohonomía, al contrario. Durante y después de la revolución francesa, las tropelías se cometieron en nombre y por el bien superior. Las masacres de La Vendée se hicieron con ánimo de purgar y reducir la población. Todo, de nuevo, en nombre de un bien superior, en este caso la Revolución, - bonito nombre, a día de hoy, para una peña de amiguetes, más que para idealizar un movimiento crítico contra el orden actual (o te llaman golpista como al expresidente Aznar).
Las máscaras del día a día, ya no responden a la necesidad de cortar la transmisión del Covid, siguen siendo las que tapan nuestro verdadero rostro frente a lo que ocurre a nuestro alrededor, no porque no sea real la gravedad de los asuntos, sino por que no queremos verlo y nos tapamos, no con máscara, sino con orejeras de burro.