Editorial

La poliédrica visión del PP sobre la realidad que su socio pone en solfa

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Si en los comicios autonómicos y municipales de mayo la inclusión en las listas de Bildu de etarras con delitos de sangre condicionó el debate político, en la previa de las generales es el desembarco masivo de Vox en las instituciones de la mano del PP lo que marca la precampaña. Un contexto que obliga a Alberto Núñez Feijóo a un ejercicio de funambulismo político para no caer preso de los excesos de la formación liderada por Santiago Abascal. Tras el controvertido acuerdo de la Comunidad Valenciana, un ejemplo de la incomodidad de buena parte de los populares con Vox se traducía este martes en el desacuerdo entre ambas formaciones en Extremadura, distancia que acabó dando la Presidencia de la Asamblea al PSOE. Pero lo más relevante es que el discurso de la candidata del PP, María Guardiola, contra la postura de los de Abascal en materia de violencia de género, refleja el sentir de buena parte de los votantes del PP.

Habrá que ver dónde acaba el desafío de la líder extremeña, pero no hay duda de que la visión de Vox en torno a la violencia machista atenta contra la campaña de moderación con la que Núñez Feijóo trata de sustentar su propuesta. 1.206 mujeres asesinadas contabilizadas desde 2003 contradicen el planteamiento de Vox. Así de tozudas son las cifras. Una lacra que requiere de contundencia en distintos ámbitos, también en el discursivo, y contra la que no hay que andarse con rodeos. Frente a la rectitud de María Guardiola, sorprende la tibieza de Feijóo cuando alude a lo 'obvio' de la existencia de la violencia de género para justificar su ausencia en un pacto de gobierno o cuando habla de 'divorcio duro' para referirse a la condena por violencia machista del candidato de Vox en Valencia, Carlos Flores. Demasiados paños calientes para una cuestión que no admite medias tintas, sí líneas rojas, y que compromete los acuerdos entre ambas formaciones para expandir su poder territorial.

Más allá de la violencia machista, el feminismo afronta nuevas amenazas, víctima de su instrumentalización, incluso por parte los que enarbolan su bandera. Esta misma semana, Pedro Sánchez clamaba contra el 'feminismo incómodo' desplegado por la titular de Igualdad. Una postura nada valiente y en exceso ventajista tras la derrota política de Irene Montero. Sobre todo, después de haberla mantenido en el Consejo de Ministros para no hacer saltar por los aires la legislatura. Son de sobra conocidos los errores de bulto de Montero y su departamento: las consecuencias del 'sí es sí' o la división del feminismo por la intransigencia de la Ley Trans. Pero no han de suponer una enmienda a la totalidad de las políticas feministas, necesarias para seguir avanzando en igualdad. Mientras, en el ámbito de la violencia de género, el mero hecho de discutir sobre su existencia es perder fuerzas en la lucha contra una lacra que solo este año ha acabado con la vida de 22 mujeres.