Rufo brilla sobre claroscuros

Mario Gómez / TALAVERA
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El torero de Pepino dejó lo mejor de la tarde en el epílogo. Manzanares dejó destellos en su primero, igual que Ortega; mientras que en la segunda parte del festejo ambos estuvieron lejos de su mejor versión con un colaborador encierro de Alcurrucén

Rufo continúa su idilio con Talavera y suma una nueva Puerta Grande. - Foto: M.G.G.

El idilio de Tomás Rufo y Talavera continúa dejando capítulos de toreo aguerrido y entregado. Por contra, La Caprichosa, muestra que Rufo es uno de los suyos y que la relación marcha viento en popa. No en vano, era Rufo, el más nobel del cartel, el motivo por el que los aficionados recorrían en masa los Jardines del Prado momentos antes del festejo. No en vano, ni Manzanares ni Ortega estuvieron a la altura de lo que la afición demandaba, especialmente este último, que escuchó una sonora bronca al abandonar el coso.

Un festejo con una primera parte positiva, un tercer capítulo notable, un sexto apoteósico para el público, y un cuarto y quinto muy a menos. Especialmente el quinto que provocó la ira de los aficionados.

Alcurrucen sí se guardó hoy uno bueno para lidiarlo. De esos que salvan una tarde. Lo echó en sexto lugar y Rufo lo aprovechó para soltarse con el capote y explayarse con la muleta. Empezó de rodillas en los medios, para luego gustarse por ambos pitones ante el clamor de sus paisanos. Toreo con relajo y desmayó en circulares eternos en los que "Cumbre Roja" se hizo cumbre alta para seguir la pañosa al ritmo que un templadísimo Rufo le marcaba. En la media distancia el en la cercanía. De figurón del toreo. Y se lo llevó a los fatídicos terrenos del coso talaverano para entrar a matar. Dejó un pinchazo en lo alto, y cambiándole la suerte, volvió a pinchar, y a la tercera lo cazó, y la plaza fue un clamor. Oreja que pudieron ser dos. La brusquedad del tercero al final del muletazo se la quitó Rufo con mando y sometimiento. El torero de Pepino apostó en su plaza para obligar al de Alcurrucén a pasar. Mando y apuesta que hizo que el animal fuera dejando de soltar la cara y se sometiese al mando del espada. Fue acortando distancias, tragando, hasta que el toro quedó acobardado entre el clamor de La Caprichosa. Se tiró muy derecho a matar y los tendidos se poblaron de pañuelos para otrorgar un merecido trofeo.

El bonito castaño que hizo primero tuvo la bondad de ir y el defecto de no entregarse. Ante él, J.M. Manzanares acompañó las embestidas de forma estética sin apretarse. El alicantino compuso como acostumbra, en una faena de no mucho compromiso pero sí mucha elegancia. A la hora de matar presupuso que se le vendría a la suerte de recibir, pero pinchó. Al volapié dejó una gran estocada que pronto dio con el burel en el suelo y le valió para saludar una ovación.
El cuarto estaba cuajado de kilos pero corto de pitones. "Cornetillo" se empleó bien en el capote, pero en la muleta embestía a paso parado, pensándoselo y reponiendo sobre las manos. Se vino muy a menos y la gente agradeció el esfuerzo sin recompensa de Manzanares. Mató a la segunda, porque ni la espada funcionó; porque ni el toro era el ideal, ni Manzanares es Manzanares.

El que hizo segundo descolgó más de una cuarta cuando Ortega cogió la muleta. El fenotipo del toro no fallaba, la actitud no fue la misma. Ortega anduvo pinturero, tratando de desenroscar la tapa del tarro de las esencias, pero sin terminar de hacer fuerza. La espada volvió a ser el talón de Aquiles, y tras dos pinchazos dejó una entera de rápido efecto con la que lo despenó. Silencio.
El quinto se frenó tras el paso por el caballo y Ortega anduvo por delante sin hacerse con él. Los banderilleros salieron en plena faena de muleta a dar capa a un animal que sin hacer ningún feo, sembró el pavor en el sevillano que pasó un quinario y lo mató de atravesada pescuecera. Pitos