La gran película de la Judería

A.D.M. / Toledo
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La Tribuna recuerda a Santiago Palomero, director del Museo Sefardí, con la película Proceso a Jesús (José Luis Sáenz de Heredia, 1973). Además de su magnífico reparto, con figuras como José María Rodero, Alfredo Mayo y Mónica Randall

La gran película de la Judería

Hoy estas páginas de cine están dedicadas a Santiago Palomero (1957-2019), director del Museo Sefardí, buen amigo y cinéfilo, que falleció el pasado 18 de agosto tras una larga enfermedad. Proceso a Jesús (José Luis Sáenz de Heredia, 1973) no era ni mucho menos su película favorita -tuvimos ocasión de hablar de ella hace un par de años, con motivo de la conferencia Cámaras en la sinagoga: el Toledo judío en el cine-, pero se trata sin duda del film que mejor partido ha sacado a la Sinagoga del Tránsito, sede de la institución a la que Santiago permanecía firmemente vinculado desde mediados de los años ochenta. Un edificio que muy pronto cumplirá cien años como escenario cinematográfico, desde que Marcel L’Herbier y Jaque Catelain lo incluyesen en los exteriores de La barraca de los monstruos (1924), cuyo rodaje ha quedado inmortalizado en una magnífica fotografía de la Colección Alba.

Proceso a Jesús es, en pocas palabras, la interpretación teatral que un grupo de actores ambulantes, todos ellos judíos sefardíes, realizan para someter a examen el juicio al que fue sometido Jesucristo. La finalidad del proceso es preguntarse, valiéndose del formato de un tribunal al uso, con su fiscal y defensas, si el Mesías fue o no injustamente condenado. Este argumento, enmarcado dentro de la situación posconciliar de la Iglesia y de una España a la que llegaban éxitos internacionales como Godspell (1971) y Jesucristo Superstar (Norman Jewison, 1973), era la adaptación de una obra teatral del dramaturgo italiano Diego Fabbri (1911-1980), estrenada en España a mediados de los años cincuenta.

El director de la película fue José Luis Sáenz de Heredia (1911-1992), cineasta merecedor de ser recordado más por Los ojos dejan huellas (1952) -uno de los mejores referentes del cine negro español, parcialmente filmada en la Venta de Aires- e Historias de la radio (1955) que por Raza (1942) y el documental Franco, ese hombre (1964). Hijo de Ángel Sáenz de Heredia (productor de Chapalo Films), artífice de Amigas siempre (José Gaspar, 1914), una de las primeras películas toledanas con argumento, José Luis trabajó abundantemente en esta provincia a lo largo de más de cuarenta años de carrera como director y guionista.

Proceso a Jesús fue su antepenúltima película y tuvo mucho de empeño personal. La realizó cumplidos los sesenta años y tras haber ganado todos los premios ofrecidos por la oficialidad de la cinematografía franquista. Estaba particularmente interesado en reflejar -según manifestó en una entrevista a ABC en la que no faltaron guiños a su cine más comprometido con el régimen y su relación de parentesco (eran primos hermanos) con José Antonio Primo de Rivera- lo que él consideraba «una transmigración de ciertos movimientos ‘hippies’ hacia un Jesús como líder en busca de un movimiento de justicia y de pureza que tanta falta le hace al mundo. A esa juventud le han fallado los grandes santones: los Lenin, los Hitler o los Mussolini: le han traicionado una serie de doctrinas en las que parecía encontrarse alguna esperanza de solucionar algo».

Los primeros momentos de la película, en ese sentido, son toda una declaración de intenciones: jóvenes pacifistas, encuentros cristianos y rostros de Jesús con estética pop (no muy alejada de la icónica semblanza del Che Guevara popularizada a partir de la famosa fotografía de Alberto Korda). Sobre ellos se sobreimponen pancartas, consignas e incluso titulares de prensa en donde se reconoce la fortaleza de los grupos juveniles cristianos y la fe en Jesús como bálsamo contra las drogas. 

Pero también contra el sexo fuera de la ortodoxia pretendida por la Iglesia, como denota su apoyo al papa Pablo VI y a la furibunda censura emprendida en aquellos mismos momentos por el Vaticano contra el cineasta danés Jens Jørgen Thorsen, quien intentaba filmar la finalmente fallida Los amores de Jesucristo. Una introducción a la película, en definitiva, cuya pretendida modernidad contrasta con la grandilocuente cobertura musical del talaverano Salvador Ruiz de Luna (1908-1978), más propia de una película religiosa al uso o de algunos de los clásicos por los que el veterano compositor había obtenido el reconocimiento del Círculo de Escritores Cinematográficos veinte años atrás.

Proceso a Jesús comienza directamente en Toledo, en la Sala de Oración de la Sinagoga del Tránsito, edificio que desde hace escasos años albergaba ya el Museo Sefardí. Es allí donde se produce el encuentro entre el patriarca de los sefardíes, Sr. Doreni (interpretado por Andrés Mejuto), con su amigo el profesor Bellido (Alfredo Mayo). Ambos comentan el añorado pasado de los judíos españoles antes del éxodo de 1492. Doreni, cuya familia ha conservado las llaves de generación en generación, afirma, incluso, «tener casa en Toledo, solo que no sé cuál es» (lugar común sobre los judíos sefardíes que recogen otras películas, entre ellas Un americano en Toledo, filmada por Carlos Arévalo en 1960).

Gracias al apoyo del profesor, Doreni y su familia consiguen que su actuación no se produzca en un teatro más, sino en un auténtico templo de la fe judaica. Los sefardíes, entre los cuales están la esposa (Lili Muráti) y la hija (Mónica Randall) del patriarca, son caracterizados como un pequeño grupo nómada que acampa con sus caravanas en la vega de Safont. Un bucólico entorno (las aguas del río se manifiestan aún crecidas y limpias; también se aprecia en detalle, muy próxima, la estación eléctrica de la antigua presa del Corregidor) que por su espléndido cromatismo, gracias al director de fotografía Luis Cuadrado, bien podría recordar a una gran imagen de Jean Paul Margnac alojada en el blog Toledo Olvidado.

La Sala de Oración no es el único espacio de la Sinagoga del Tránsito que aparece en la película. Sáenz de Heredia recogió el acceso al edificio -el mismo que en la actualidad, salvo por las ventanas geminadas hoy cubiertas por una celosía de madera- junto a los establecimientos de souvenirs vecinos y el intenso tráfico que hoy es salvado por una amplia acera. También mostró, convertidas en improvisado vestuario de los actores sefardíes, las oficinas del Museo en donde se conserva la primera representación gráfica de la fachada del edificio: un dibujo realizado por Francisco Palomares en 1753. Una vez iniciada la obra teatral, todo el protagonismo se centrará en la Sala de Oración, dotada de gradas para los espectadores. Enfrente, los actores aparecen en escena atravesando el triple arco polilobulado de la pared oriental. 

El público desconoce por completo la representación de la que va a ser testigo. Algunos, como el joven interpretado por José María Guillén, reconocen abiertamente que acuden por ser gratis. Ni siquiera el policía que custodia la entrada, con su característica guerrera gris, está seguro de que se trate de una obra de teatro: «Creo que es como conferencia...». Un cartel situado junto a la entrada da la bienvenida con estas palabras: «Audiencia pública y gratuita. Solo se pide respeto y buena voluntad».

La escenificación del proceso a Cristo, cuyos papeles principales -el acusador y los defensores- se reparten al azar entre los actores antes de cada representación, tiene algo de hipnótico, en buena medida gracias a las magníficas voces del reparto, desde Tomás Blanco (en el papel de Caifás) hasta José María Rodero. Este, en su papel de cínico acusador de Cristo, ofrecía a los espectadores de 1973 un absoluto contrapunto a su recordada y reconocida intervención en Doce hombres sin piedad, el Estudio 1 de TVE que había sido emitido varios meses antes, el día 16 de marzo, en donde encarnaba al único jurado capaz de dar la cara por un chico conflictivo a punto de ser condenado a la cámara de gas.

Varios espectadores rompen constantemente la cuarta pared del espectáculo representado, lo que convierte a Proceso a Jesús en un ejercicio de metateatro. Desgraciadamente, las intervenciones no son siempre todo lo espontáneas que cabría desear, algo de lo que advertía ya el propio director en su entrevista a ABC: «Naturalmente existen, desde el punto de vista cinematográfico, inconvenientes de estatismo, porque es una película dialéctica privada de acción, una película de encerramiento que en cambio tiene, espero, el gran dinamismo que debe producir la revisión de la figura de Jesús con valentía y claridad, con polémica y sin incensario». Uno de estos espectadores, por ejemplo, es invitado por el presidente del tribunal a ejercer como abogado defensor de Poncio Pilatos (José María Caffarell), de quien destaca el cumplimiento de su deber en un mundo donde «todo es política. Todos somos políticos».

Es interesante la pareja de espectadores compuesta por un intelectual (Armando Calvo) y una prostituta (Julia Gutiérrez Caba). Él, antiguo seminarista, mantiene un intenso debate con un sacerdote (Carlos Lemos, otro de los Doce hombres sin piedad), quien es asimismo espectador de la obra que se representa en la Sinagoga, sobre la deshumanización de un mundo creado por Dios: «Hoy, como hace diez millones de años, los sentimientos del hombre siguen siendo intrínsecamente perversos. ¡Malos! El mensaje de Cristo no ha cambiado sustancialmente nada. ¡Y es este hecho innegable el que hace que en cualquier proceso esté irremisiblemente perdida la causa de Jesús!».

Conforme avance el proceso, los actores irán incorporando a sus argumentos sus propios fantasmas personales, especialmente el fiscal de Jesús (Rodero), en la vida real un asesino perseguido por la Interpol que acaba confesando su crimen ante el público: «Todos somos culpables, si es que hay culpa. Lo de nosotros, vosotros, ellos, son discriminaciones demasiado fáciles y demasiado cómodas. La única realidad que permanece en pie al cabo de los siglos es que mientras nosotros, los judíos, hemos aceptado la responsabilidad que nos corresponde, ¡vosotros habéis tratado de eludir la vuestra!».

Inconsciente aún de la acogida que tendría Proceso a Jesús -hoy excelentemente conservada y bien distribuida por Karma Films desde hace alrededor de una década-, Sáenz de Heredia manifestaba en ABC que su nueva película cumplía tres premisas, «un tema trascendente, un tratamiento digno y una interpretación excelente», con las que «no se puede garantizar el éxito, porque el éxito no pertenece a nadie, pero sí se puede afirmar que no hay motivo para el fracaso». 

Con las mismas palabras se podría resumir la actividad profesional de Santiago Palomero, arqueólogo, museólogo y amigo. Lamento no ser Hugo Pratt ni parecerme a Julio Cortázar más que en los jerséis, ni haber organizado finalmente aquella charla sobre westerns toledanos de la que hablamos, pero es lo que hay. Te echaremos de menos, Santiago. Hasta la vista.