Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


El tramp steamer Alción

08/09/2023

Sí. Una vez lo vimos en Lisboa. Quizá no lo recuerdes, era casi de noche y los ferrys trazaban su urgencia desde Cais do Sodré a Cacilhas. Era tarde y los hombres y sobre todo mujeres, después de trabajar desde la amanecida, cruzaban en silencio desde Lisboa hasta el otro lado de un Tajo ya hecho mar. Entonces miré bajo el puente y vi un pequeño barco renqueante que entraba en el estuario, una luz mínima a popa. Supe rápidamente que era el Alción, el tramp steamer vagabundo y mercenario de Warda, Jon Iturri y Álvaro Mutis: «Entró de repente en el campo de mi vista, con lentitud de saurio malherido». Años después volví a verlo de nuevo en Lisboa. Era otoño, y sobre el Mar de la Paja flotaba toda la bruma de la tristeza del Lisboa de entonces. Aquella tarde –¿te acuerdas?–, hablábamos sobre destierros y retiros tumbados frente al mediodía, tomándonos unas cervezas frente a un Tajo convertido en un lago de plata igual a esas noches calmas de luna llena y hielo que Tolstói embruja en Guerra y Paz. Y allí estaba, fondeado, con su penacho de humo gris, detenido a medio camino de la ciudad y el estuario, como si temiera acercarse.
Leí por primera vez La última escala del tramp steamer de Álvaro Mutis hace mucho tiempo. Mi ejemplar es de la colección que el diario ABC vendía a finales del siglo pasado por cincuenta o cien pesetas, o quizá regalase con el periódico, ya no lo recuerdo. Un librito amarillo al que he vuelto muchas veces. No he ido a Helsinki a contemplar el fulgor de San Petersburgo, las cúpulas incendiadas y el granito color sangre traspasando la distancia volatilizada de un Báltico fundido con el azul del invierno del Norte. Pero sí que he creído intuir la sombra del tramp steamer en el laberinto de bruma y lluvia del puerto de Róterdam; y en el emboque de La Habana, donde termina o empieza el malecón, de atardecida, bajo los fuertes y castillos, mientras se va adensando más y más la atmósfera asfixiante, y estallan los colores que sólo allí existen. También lo busqué hace años en el puerto de Tánger, tras las localizaciones ya para siempre perdidas de El cielo protector de Bertolucci. Fotografiaba barcos y la policía marroquí nos echó de allí, ¿te acuerdas? No era cuestión de explicar asuntos de Mutis ni mucho menos de Bowles. Nos marchamos, hojeamos la vieja biblioteca alemana en los bajos del Instituto Cervantes, y luego subimos andando, a medio camino del Cabo Espartel, hasta Ville Josephine, donde vivió Walter Burton Harris. Nos tomamos unas Casablanca y recuerdo, como un país remoto y perdido, el fulgor del Atlántico. Pero no vi al Alción.
He buscado al tramp steamer en los puertos del Mediterráneo y del Cantábrico, a veces bajo las estrellas y los cometas de la madrugada desde los altos del monte Igeldo. Pero ya sólo lo encuentro en las librerías de viejo. Cada vez que veo un lomo amarillo voy a cogerlo, me pongo las gafas, y leo un párrafo, azar, por donde se abra: «Con mucha mayor elocuencia que las veces anteriores, se me hizo patente la ruinosa condición de este viejo servidor de los mares que, por enésima vez, emprendía su amarga aventura con una resignación de un buey del Latio sacado de las Geórgicas de Virgilio». Ayer, en la nueva librería Antonio Machado de la plaza de las Salesas de Madrid, muy lejos de cualquier océano, me salió al paso el tomo naranja, frío y opaco como el casco de un buque pulido por soles y tempestades, de las Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero. Ahí estaba de nuevo, pidiendo su tiempo y espacio. Habrá que volver a Lisboa con las brumas del otoño, cuando, venteando el limo de olvidos del Tajo, aterricen las agujas colinegras del Rin y el Escalda. Quizá con ellas regrese el tramp steamer Alción. Quizá.