En la mitología griega, las sirenas, Agláope, Pisínoe y Telxiepía -en otras versiones, Parténope, Leucosia y Ligia- eran tres hermanas que, castigadas por la diosa Afrodita por rechazar el amor, habían metamorfoseado en seres monstruosos, con cuerpo de ave y rostro de mujer, que, con su música y su canto, atraían a los navegantes que después devoraban. En la Odisea se narra como el astuto Ulises hizo que sus marineros se taparan los oídos con cera para no ser atraídos por ellas, mientras que él, atándose al mástil de la nave, pudo disfrutar del dulce y terrible canto sin dejarse arrastrar hacia el pavoroso destino que le esperaba al escucharlas. A partir del mito, en castellano surgió la expresión 'cantos de sirena' para referirse a aquellos discursos que, elaborados con palabras convincentes y agradables, sin embargo ocultan engaño o falsedad.
Estos días de campaña electoral son propicios para los cantos de sirena, provenientes de todo el espectro político e ideológico. Cada jornada, nuestros candidatos nos regalan el oído con promesas que, por otro lado, podrían haber realizado en los cuatro años anteriores. Unas promesas electorales que, en palabras atribuidas a Enrique Tierno Galván, están hechas para no ser cumplidas. Al mismo tiempo, ciudades, pueblos, aldeas, pedanías, se ven remozadas gracias a la actividad frenética de jardineros, albañiles y demás operarios, que hacen que calles, jardines, edificios, luzcan esplendorosos, aunque cabría preguntarse si no sería más eficiente realizar esas obras diariamente, a lo largo de la legislatura. Carreteras, estaciones de tren, infraestructuras de toda índole, se ven asimismo beneficiadas por la espléndida munificencia de nuestros gobernantes, sea cual sea su adscripción política.
Tengo para mí que todas estas argucias ya no convencen a nadie, salvo a los ideológicamente convencidos, y a quienes han de justificarse ante sí mismos para votar, como hooligans de un equipo de fútbol, a 'su' partido, sea cual sea el balance de la gestión.
Creo que es necesario que, como ciudadanos maduros en una sociedad democrática, no nos dejemos arrastrar por esos cantos de sirena, sino que, en reflexión serena, más allá del ruido mediático, ponderemos el sentido de nuestro voto, busquemos el bien común de toda la ciudadanía, superemos el cerrilismo de 'es que son los nuestros' y tratemos de que los políticos presten un auténtico servicio público. Es urgente superar tanto guerracivilismo, tanto 'y tú más', mirando lo que más conviene a la 'res publica'. Y exigir que la clase política, que está a nuestro servicio y no a la inversa, deje de tratarnos como menores de edad.
En el mito, si alguien no era atraído por las sirenas, conllevaba que una de ellas debía morir. No se trata de llegar a eso, pero, quizá, si dejamos de escuchar sus falaces cantos, algunas carreras políticas fenecerían. Y así, tal vez, tendríamos auténticos estadistas con verdadero afán de servicio.
Seamos Ulises. Seamos astutos frente a los políticos-sirena.