Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Lo mismo

03/09/2019

Llevo todo el verano cazando casualidades. El asunto empezó en Irlanda, una noche en la  que vimos una película de ciencia ficción que retrataba un futuro en el que parte de la gente decidía reducir su tamaño para vivir una vida más rica y sostenible. En una de las escenas hay una fiesta y el reducido protagonista acude con una gigantesca rosa natural amarilla como obsequio. Al día siguiente visitamos la catedral de San Patricio, y en la tienda estaban Los viajes de Gulliver porque el autor, Jonathan Swift, había sido deán de ese lugar y entre sermón y sermón había creado a los liliputienses; luego fuimos a comer a un restaurante italiano y, sí, cada mesa estaba adornada con una sola rosa natural y amarilla.
Otro día no sé por qué me vino a la cabeza el recuerdo de un sacapuntas que tuve en el colegio. Era una bola del mundo metálica, que se abría por el Ecuador en dos hemisferios para poder vaciarla de las virutas de afilar los lapiceros. Al día siguiente, sentado frente al mar, leyendo ‘El hidroavión perdido’ de Alan Sillitoe, encontré esta frase: «Y sin embargo, el sitio al que íbamos figuraba en todos los mapas y cartas geográficas, e incluso tal vez apareciera en esos pequeños globos terráqueos que sirven de sacapuntas». El libro fue escrito entre diciembre de 1981 y abril de 1983, cuando yo tenía mi pequeña bola del mundo en el estuche.
La playa en la que estaba sentado era la de Quitapellejos, en Palomares. Leí un artículo que contaba el choque en el aire de un avión cisterna y un bombardero B52 durante un mal acoplamiento de ambas naves cincuenta años atrás. Siete hombres murieron y cuatro bombas con cabezas termonucleares cayeron del cielo, tres en tierra y una en el mar. Hubo despliegue de soldados americanos, se llevaron miles de kilos de tierra contaminada en bidones, Fraga Iribarne se bañó en el mar para tranquilizar a los españoles, y gracias a un pescador que fue rebautizado como Paco del de la Bomba, se rescató el proyectil del mar. Palomares sigue siendo el municipio más radiactivo de España. El mismo día que leía el reportaje, un helicóptero y un ultraligero chocaban en el aire dejando siete muertos en Mallorca. Un día más tarde, un caza C-101 pilotado por un comandante miembro de la Patrulla Águila se estrellaba en el Mar Menor, a unos cien kilómetros en línea recta de Quitapellejos. Mi familia me dice que de qué sirven todas esas casualidades que voy reconociendo en medio del camino. No sé, les digo, pero ahí están. A lo mejor, hagamos lo que hagamos, siempre pasa lo mismo.