Ni Otelo es negro ni Desdémona muere de verdad. Bromeó Eduardo Vasco con algunos de los tópicos habituales en torno a este Shakespeare que, el vienes y el sábado (a las 20,00 horas) pone sobre la escena toledana Noviembre Compañía de Teatro. Encabezado el reparto por Daniel Albaladejo (Otelo), Arturo Querejeta (Yago) y Fernando Sendino (Casio), el montaje dirigido por Vasco y versionado por la «maravillosa» Yolanda Pallín, cuenta con todos los elementos necesarios para ser un imprescindible en la agenda de los que gustan de un buen teatro centrado en la palabra, el pensamiento y la belleza. Eso sin olvidar el trabajo actoral de quienes hacen Shakespeare «un poco a lo bestia» saliendo «solos a escena y comiéndose el texto» porque, todo hay que decirlo, no cuentan ni con una silla en la que apoyarse.
Habitual en su cita con el Rojas por sentirse en él «como en casa», el que fuera hasta 2011 director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico regresa ahora sin «la responsabilidad» del cargo con una pieza iniciada a raíz de «contar con el reparto perfecto» en la presencia de Albaladejo y Querejeta, y seguida en torno a la «manipulación, los malos tratos, la cosas racional» y también, «eso muy humano que tiene que ver con los celos».
Dotado de una suerte de varita especializada en adaptar los clásicos con un ritmo tan contemporáneo que parece inventado, el director recuerda que el equipo integrante de Noviembre «privilegia la palabra por encima de fuegos artificiales» y la fórmula, se hace indispensable evidenciarlo, funciona porque lleva años llenando los espacios que visita.
Quizá se debe a la forma de narrar o a la concepción del teatro como una disciplina comprometida que, apuntó, «ahora tiene más futuro que nunca» porque no se puede descargar de la red ni piratear desde ningún soporte. Y puesto que adaptar a Shakespeare siempre conlleva «renunciar a algo», en esta apuesta se ha optado por rescatar partes del texto que acostumbran a ser olvidadas y que «tienen que ver con cosas que nos preocupan ahora».
Es el caso de la «situación de la mujer en un mundo dominado por un pensamiento atávico que aplasta cualquier iniciativa» y que en este ‘Otelo’ se reivindica en las palabras de Emilia que «canta a la dignificación de la mujer». Palabras que, apreció, «ni se han tocado del original».
Escribe el director que han montado un espectáculo que cuenta «la historia del moro de Venecia, su desventura y la habilidad de Yago para mover los hilos de las pasiones que convertirán a Otelo en un monstruo». Y lo hace en un espacio que «envolverá a nuestros personajes como el país del que se habla en la obra: un lugar al que llegar pero del que se sale con dificultad. Un espacio limpio y sobrio que irá evolucionando, como el argumento, según la tragedia avance hacia la resolución final». Pues bien, sin dejar de sorprenderse -a pesar de la experiencia- de la «potencia dramática» del autor, la propuesta se aleja de lo manido para adentrarse en un trabajo más hondo.
Así, el Otelo alto y blanco vestido por Daniel Albaladejo busca su «humanidad» y «los motivos» por los que acaba comportándose así. Con la intención de «salvarlo», este actor dice haber encontrado la química con el «insalvable» Querejeta convertido en Yago y abordado «desde la comprensión de la persona que hay detrás». Todo para «no hacer un personaje de cartón piedra y no ser el malo malísimo que se dedica a la gran manipulación», patrón de conducta que, por cierto, «está al cabo de la calle día sí y día también». Una vez más, la vigencia de un clásico como ninguno, de un dramaturgo que «sabía hacer teatro». Así concluyó Eduardo Vasco.
Cierra intenciones, el director de este ‘Otelo’ insistiendo en que sus trabajos siempre se han basado en el cuidado por la palabra, y en la potencia del actor como únicos elementos indispensables para el teatro. Lo que «en este tiempo que vivimos» propicia que «la presencia del intérprete se haya convertido en un privilegio que, unido a la palabra del autor, convierte el hecho teatral en una experiencia irrepetible pero sobre todo enriquecedora». Una experiencia, asegura, «que puede transformar y no únicamente entretener».