El exfutbolista y expresidente de la Real Federación Española de Futbol, Luis Rubiales, se imaginaba ya sesentón de mandamás del futbol español, por sus cojones, que así se las gastan y así ha funcionado siempre uno de los ámbitos sociales más dados a los comportamientos mafiosos y las corruptelas, pero ha tenido un error de cálculo imperdonable que le ha obligado a dimitir finalmente por más que se ha empeñado en lo contario en una resistencia numantina digna de mejores causas. Pensó que estábamos aún en un tiempo recientemente periclitado, tan reciente que todavía no se perfilan con nitidez los contornos de lo viejo y lo nuevo. Pensó Rubiales que lo del feminismo era algo de quita y pon para cumplir con lo políticamente correcto haciendo una declaración oficial el ocho de marzo, y poco más, y que luego uno se podía seguir tocando los cojones con alegría y furor, y también robar un beso, un 'piquito', a una de sus pupilas delante de todas las cámaras. No se dio cuenta Rubiales que en este mundo tan falsario si hay algo que ha penetrado en todos los rincones y es una fuerza transversal e imparable es el feminismo, que, como a todos los productos de consumo masivo, también le está saliendo una vertiente de mentirijilla que se sustancia ya en un victimismo innecesario y un feminismo como de aluvión y de obligado cumplimiento, pero que responde a una gran verdad y a una atroz injusticia histórica arrastrada durante siglos por la humanidad femenina. Rubiales no se dio cuenta que seguía habitando un tiempo que ya no existe, y, además, quiso colar un gol tras una falta grave y en fuera de juego. Rubiales quiso seguir retozando en la selva confortable del machirulo y le propinaron una bofetada feminista que le ha dejado mirando a Utrera.
Luego está todo lo demás, la reacción social masiva, y la victimización de Jenni Hermoso que no se si es lo más adecuado para poner en valor a las víctimas que en España y en todo el mundo soportan infiernos domésticos, porque corremos el riesgo de banalizar en exceso las palabras y acabar creyendo que si todo el mundo es victima nadie realmente lo será, y eso sería muy grave. Por mi parte, a Jenni Hermoso prefiero clasificarla como destinataria del comportamiento inadecuado de un machista patán, y así colocar en el lugar adecuado a las victimas de la violencia machista que ni pueden ni se atreven a celebrar nada, por miedo, por desesperación, por asco. Sí, quizá Jenni fue victima sin saberlo, por falta de conciencia, y por eso al día siguiente rememoraba la escena con sus compañeras entre risotadas y tragos de champagne, pero no me considero capaz de entrar en esa disquisición y sí de distinguir a primera vista donde hay una mujer machacada por la violencia de un hombre sin escrúpulos. Con todo, afortunadamente Luis Rubiales no era más que su superior jerárquico y no su pareja, porque los hay que comienzan robándote un piquito y pueden terminar robándote la vida.
Sea como fuere, el futbol femenino ha sido el último aldabonazo, y definitivo, de la instalación del feminismo como hecho consumado e irreversible. No es una casualidad, nada mejor que el deporte más masivo y más 'de hombres' para hacernos ver el nuevo tiempo en el que vivimos, un tiempo donde todo parece estar en discusión y como cogido con alfileres, todo menos el empoderamiento de lo femenino. Cuando se analice nuestra época dentro de cien años, esa será la nota predominante y destacada, más aún que la emergencia de la potencia china, la revolución tecnológica o el cambio climático, por poner tres ejemplos significativos. La mujer será, lo está siendo ya, la gran protagonista del siglo XXI, y un partido de futbol, que ha dado la vuelta al mundo no solamente porque era un Mundial sino por el comportamiento de un machista con poder y foco, nos lo ha puesto de manifiesto.
Es posible que la imagen de una mujer futbolista sea a partir de ahora uno de los iconos preferidos por el feminismo, no hay que remontarse muchas décadas atrás para recordar como a las niñas que querían jugar al futbol en el recreo se las apartaba e insultaba con eso de «eres una marimacho». Hoy en España todas rinden honores a la malagueña Nita Carmona, la primera futbolista española, o a la coruñesa Irene González Basanta, que murió a los diecinueve años de tuberculosis pero antes se inmortalizó en una foto recostada en la portería que defendía en un equipo en el que ella era la única mujer.