Saltillo es uno de aquellos nombres cuya mención suena indubitadamente a toro. El encaste, predominante y favorito en etapas pretéritas de la tauromaquia, se mantiene como origen de las ganaderías de lidia de la América taurina. La que hoy permanece como depositaria de tan histórico legado pace en Palma de Río, en la campiña del Guadalquivir, al lado de la cuna de Manuel Benítez ‘El Cordobés’. Sirva este apunte geográfico como homenaje al heterodoxo torero que reunió a casi una veintena de millones de españoles delante del televisor en su confirmación de alternativa. Sirvan estos guiños al pasado para entender qué pasó en la tercera de Cenicientos.
Por la estrecha puerta de toriles, convertida en una suerte de túnel del tiempo, salieron animales impropios del devenir del tiempo presente. Las reses que cría Moreno Silva exhibieron genio y dureza, atributos opuestos a la manejabilidad y dulzura que el grueso del público y las figuras reclaman hoy. En consecuencia, la labor de la terna tuvo que adaptarse a unos registros poco usuales, en vías de extinción. La dificultad de la corrida, cárdena toda, marcó el desarrollo de la misma. Tarde para el cambio: épica en vez de estética.
Comenzó el festejo con Serafín Marín en liza, quien ha encontrado hueco en las últimas temporadas en los carteles de las llamadas corridas duras. El torero catalán, bandera de la resistencia de la fiesta en el Principado tras la prohibición de 2010, se ha consagrado como un experimentado lidiador, capaz y poderoso. Su buen hacer le garantiza un número decente de contratos y continuidad campaña tras campaña. Frente al primero de Saltillo no pudo mostrar ninguna de sus cualidades. Le tocó abreviar y resolver sin dilación antes de que su enemigo, con una marcada querencia por los adentros, pudiera echarle mano. En los primeros compases, el banderillero Rui Plácido estuvo a punto de ser prendido.
Más cómoda fue la labor del Montcada i Reixach con el cuarto. El titular, una postal taurina coronada con dos inmensos pitones, fue devuelto por su falta de fuerza. Lo reemplazó un sobrero de Adelaida Rodríguez, noble y con clase, ante el que el catalán sí pudo mostrar retazos de su mejor repertorio. Marín, confiado y relajado, basó su obra en la mano derecha. Por ese pitón llegaron los mejores muletazos, pases largos y templados que aprovechaban el viaje agradable del cuarto bis. El fallo reiterado con la espada privó al barcelonés de un premio probable.
José Carlos Venegas, quien firmara en el San Isidro de 2014 una buena tarde frente a los de Celestino Cuadri, debutaba en Cenicientos. Mostró buena disposición y facilidad con el capote. Muy meritorio resultó el saludo a su primero: ocho verónicas ganando los medios y remate en el centro geométrico. Aunque manso y con ganas de huir hacia las tablas, su oponente permitió una faena más larga. Tres tandas con la mano derecha, una muy intermitente por un poco potable pitón izquierdo y las manoletinas de cierre pusieron al público a su favor. Que la estocada cayera baja no fue impedimento para que parte de la concurrencia solicitara la oreja, concedida finalmente aunque muy protestada. Se hizo esperar el triunfo. Las dos primeras de la Feria del Toro concluyeron sin premio: doce toros y nada que repartir entre los seis matadores que desfilaron por el albero corucho. En el tercer festejo el éxito se lo apuntó Venegas, aunque no descerrajará la puerta grande.
Nada pudo hacer frente al quinto, quizás el gris con más presencia de la tarde. Tomó dos varas y empujó en el peto, pero el ardor inicial fue apagándose conforme desarrollaba sentido. Denominador común del encierro que don Joaquín Moreno envío fue su pronta orientación. Poco tiempo pues, pudo extender el jienense su trasteo; tan poco que no llegó a probar por el lado izquierdo. Finalizó sin demora con una estocada entera y atravesada y la primera oreja de la tarde y de la feria en el esportón.
Peor suerte corrió Cristián Escribano. El toledano pechó con un lote sin posibilidades y dos toros muy difíciles: el tercero, sin recorrido, frenando mediada la embestida y mirón; el sexto, una alimaña que descubrió su condición desde el capotazo de recibo. Con el primero de su lote el de Esquivias no llegó a confiarse. La taleguilla del diestro era el objetivo de las continuas miradas del reservón saltillo, que se tragó algún muletazo suelto pero no facilitó ligazón entre pase y pase.
El momento más desagradable habría de vivirlo con el que cerraba plaza. Cantaor, que así se llamaba, buscó la cara de Escribano en el primer encuentro. Aquel lance condicionaría el desarrollo posterior de la lidia. Hasta ocho veces pasó el toro por el caballo: ocho encuentros, intercalando puyazos largos con picotazos, y hasta cuatro con el caballo allende las rayas de picar. La pésima actuación del varilarguero fue reprendida por afición y autoridad. La Guardia Civil tomó datos del picador, quien podría ser sancionado. Los banderilleros sufrieron otro mal rato con los rehiletes y necesitaron media docena de pasadas por delante de la fiera. Escribano acortó con la tela aunque requirió muchos minutos para finiquitar la corrida y a punto estuvo de ser alcanzado por un arreón del peligrosísimo manso. La casta y el genio brotaron en Cenicientos y amargaron la jornada a una terna mermada ante los grises de Saltillo.