El fútbol es un deporte de equipo… salvo que Haaland tenga el día inspirado. Entonces, se convierte en un deporte individual donde al fenómeno le rodean otros 10 con su misma camiseta que le ayudan a conseguir su objetivo (golear). Y el individuo devora con una sencillez increíble a rivales cualificados que parecen desmoronarse ante el poder abrumador de alguien que parece haber llegado del futuro para jugar 'hoy' a lo que se jugará 'dentro de 50 años'. La voracidad con la que Erling Braut Haaland logró sus cinco goles tiene que ver con el instinto del rematador: ir donde puede suceder algo, ser un tipo indetectable, 'desaparecer' dentro del área (algo increíble con su corpulencia) para aparecer justo cuando la pelota cae en sus dominios. Y ejecutar con una violencia marca de la casa: es un depredador como pocos -¿ninguno?- ha visto la gran competición. Tiene apenas 22 años. Rompe normas y récords. Y da miedo.
Esa música
Toni Kroos y Luka Modric, dentro de 50 años, descansarán plácidamente en sus sillones con música de fondo y niños jugando a su alrededor… Y si en la radio suena la música de la Champions, se levantarán, regatearán a dos de sus nietos y ganarán ese maldito partido. Son futbolistas que miden sus esfuerzos con una maestría colosal. Necesitan un 'stopper' -antes era Casemiro, ahora Camavinga- que corra lo que ellos ya no deben correr, y con eso les basta para dominar el 'tempo' de cualquier partido de la Copa de Europa. Se convierten en 'otros': como si tuviesen 10 años menos (en el físico), pero la misma sabiduría.
Dos de 17
El gran duelo de octavos se pasaportó con fiasco del PSG y éxito del Bayern. Hay 1.000 formas de explicar el 3-0 global para los germanos, pero una de ellas estuvo en el baile de los banquillos el día que los parisinos intentaban la remontada: Naggelsmann fue sacando al campo a Sané, Mané, Gnabry o Cancelo, tipos de primer nivel mundial (ojo, que en el banquillo también estaban Mazraoui, Gravenberch o Blind)… mientras Galtier dio la alternativa a dos muchachos de 17 años como Bitshiabu -que falló gravemente en el 1-0- y Zaire-Emery, un proyecto maravilloso que celebraba su cumpleaños ese mismo día. Da cierto 'alivio' pensar que la forma de hacer equipo de los 'nuevos ricos' del fútbol tiene boquetes tan groseros: no mirar más allá de un once de lujo.
¿A la italiana?
Han pasado 17 años para volver a ver a tres equipos italianos en cuartos de final. Los dos 'gigantes' de Milán estaban en 2006 junto a la Juve, y el Nápoles lo ha logrado por vez primera después de 10 intentos. Pero algo ha cambiado desde entonces: en la Serie A se juega a 'otra cosa'. El Inter mantiene esa esencia 'vecchia' de habitación cerrada: se metió después de un increíble 0-0 en Oporto, donde los locales -en los dos minutos finales- vieron cómo Dumfries sacaba una pelota de la línea de gol, cómo Taremi estrellaba una pelota en el poste y Grujic en el larguero. A la italiana. Pero el Milan de Pioli y el Nápoles de Spalletti son extrañamente divertidos. Cuestionan el viejo manual y la tradición transalpina: a pesar del 0-0 en Tottenham, los 'rossoneros' dispararon más veces a puerta que los 'spurs'. A pesar de haber ganado en la ida, el cuadro partenopeo se lanzó con el pecho descubierto a por la nueva goleada al Eintracht (3-0). Ni rastro del 'catenaccio'.
Y lo peor
«Vete a ver, que me parece que le da en la mano al defensa». Fue una orden lanzada en dos campos esta semana. Primero en Mánchester, al día siguiente en el Bernabéu. El pasado martes, Vincic fue a ver la jugada: apenas un leve roce en el antebrazo de Heinrichs, que estaba de espaldas. Un penalti incomprensible que abrió la particular caja de pandora de Haaland. El último miércoles Zwayer fue a ver la acción: la pelota rebota primero en la pierna de Tsimikas y después va al brazo. Y no, no se pitó. En Europa tampoco se aclaran...