Tafeghaghte es una pequeña localidad situada en la zona montañosa del Atlas. «La mayoría de la gente de este pueblo está en el hospital o muerta», asegura entre lágrimas una de las pocas mujeres que queda con vida.
Desde el pasado fin de semana, Marruecos debe convivir con la muerte; a diario y hora tras hora. Es la trágica huella que ha dejado el terremoto en buena parte del país.
En las localidades rurales del norte, las más cercanas al epicentro del seísmo, el paisaje es un rastro continuo de destrucción y ruina. Los ladrillos y el adobe de sus casas tradicionales no pudieron rivalizar con la violencia del temblor que sacudió la tierra y se vinieron abajo como un castillo de naipes.
«Muchos no tuvieron oportunidad de escapar. No tuvieron tiempo de salvarse», afirma Hassan, un joven de Tafeghaghte que pudo escapar a la tragedia. «Pero mi tío está enterrado todavía bajo los escombros y no tenemos ya ninguna esperanza de encontrarlo con vida», añade acto seguido.
En su pueblo hay hombres que perdieron a su mujer y a sus hijos. Es el caso de Abdou Rahman. «Mi casa estaba allí», señala hacia un montón de escombros rojizos mientras varios vecinos intentan consolarlo.
Allí nadie tiene maquinaria pesada para poder retirar rápido los restos de los edificios, toneladas de desechos, y la ayuda sigue sin llegar.
La terrible postal de muerte que ha pintado el seísmo la describen también los visitantes españoles que se han visto obligados a regresar de urgencia y todavía con el horror pintado en sus caras.
«Muy triste» y «con miedo». Así definen su experiencia los pasajeros del vuelo procedente de Marrakech que ayer aterrizó en el Aeropuerto de Valencia, después de ser testigos en primera persona de los estragos.
«Hay pueblos en los que todo está caído y solo queda una mezquita y algunas casas. Hay muchos muertos. Conocí a una profesora, con todos los niños que estudian con ella muertos. Más de 30», relata Hamid, un testigo de la tragedia, al retornar a España.
Llegó a Marruecos hace 15 días y, al final de su viaje, pudo ver los daños causados por el seísmo. Detalló que muchas personas están durmiendo en la calle y que la población está proporcionando comida a las víctimas que lo necesitan.
Por su parte, el valenciano Betto García llegó al país magrebí justo el mismo día del terremoto. Nada más aterrizar, mientras pasaba por controles del aeropuerto, empezó el primer temblor y se fue la luz. «No sabíamos realmente qué pasaba, era un estruendo muy grande y la policía empezó a gritar que nos fuéramos. El aeropuerto estaba completamente a oscuras, salimos corriendo y no sabíamos si había sido un atentado, un avión que se había estrellado o un derrumbamiento», rememora sobre aquel momento.
Sintió miedo pero no fue consciente de la magnitud de lo que había ocurrido hasta después, conforme consiguió un taxi y se acercó a la Medina, la zona antigua de la ciudad, donde se encontraba el hotel en el que se iba a alojar. «Estaba la gente durmiendo en la calle, la gente con las maletas, había heridos y muchísimos escombros, sobre todo en la entrada, que era un caos. Nada más llegar el dueño de la riad me dijo que no podíamos dormir dentro y dormimos todos en un parking esa noche», explica.
A partir de entonces y durante su estancia, mantenía la maleta preparada por si tenía que volver a salir. También acudió a Fundación Madrina -de protección a la infancia- por si podía prestar alguna ayuda.
Son las voces que relatan el sufrimiento de un pueblo sacudido por una tragedia que ya se ha cobrado más de 2.600 vidas.