En la política, como en la vida, es más difícil perder que ganar. Esto es obvio. Pero en la política, como en la vida, hay que estar preparado para aceptar la frustración, para entender que no siempre el trabajo va acompañado de una merecida recompensa y para replegar alas y bajarse del trono de la soberbia con dignidad. Esos principios, a los que algunas nos aferramos, no sin dolor, cada vez que sufrimos un tropiezo, se les resisten a otras que han hecho del despotismo, de la falta de escrúpulos y de la ausencia de autocrítica los pilares de su forma de actuar.
Estos días he asistido estupefacta al sainete que ha montado la izquierda, con el sanchismo, por un lado, y el ¿yolandismo?, por otro. Los responsables de ambas corrientes "progresistas" han demostrado un soberano desprecio a los electores y un censurable agradecimiento, vía dedazo, a los suyos, a quienes, añado, traicionarán cuando sea menester.
Empecemos por la ministra Díaz, quien ha bautizado como Sumar una nueva versión del comunismo del que procede y que le sacudió sonoras bofetadas en las pasadas elecciones gallegas, dejando fuera del Parlamento las Mareas esas a las que pertenecía. Hay que reconocerle su habilidad para salir triunfante de esa derrota, para reconvertirse, incluso físicamente, de sus fracasos y para manipular a unos cuantos que ya habían formado parte de otros movimientos de izquierdas, presentándose como la salvadora de no sé qué progreso. Todo un personaje esta señora, que ha manifestado una inquina fuera de lo común hacia Irene Montero, a la que abrazaba con pasión hace unas semanas. Nunca defenderé las políticas nefastas de la ministra de Igualdad, pero la hipocresía de Díaz clama al cielo. Su afán de poder, de atrincherarse como diva de la izquierda, no es sino comparable a la ambición del presidente del gobierno, Pedro Sánchez, que ha originado un guirigay en su partido que le puede salir caro.
Y aquí entra Milagros Tolón. Hace poco más de un año se empeñó en ser jefa del PSOE de Toledo, abriéndose paso a codazos, con tal de acumular todo el poder de la capital. Entonces no se acordó de un dicho que se repite entre los socialistas: «si un alcalde es secretario del PSOE, pierde Toledo». Lo escribí en la columna El caso Tolón. El vaticinio se cumplió y se quedará, previsiblemente, sin el sillón municipal, aunque la suya haya sido la lista más votada. Y ahí llega la grandeza, la altura de miras para servir con humildad y sin resentimiento a los vecinos. Pues no.
La cosa se complica cuando una, ella, no está dispuesta a encabezar la oposición sin más. Y presiona y la lía, hasta convertir al PSOE en un esperpento. Y sale Sánchez, cual mesías, en auxilio de una de sus pupilas, pese a que sus propios compañeros no la han querido en las listas del Congreso por Toledo. Page, con su mayoría absoluta y su hartazgo de Sánchez y de Tolón, se rebela y pone de relieve el autoritarismo del líder de Ferraz. ¿Qué conclusión podemos extraer de este vodevil? Que la política para unos cuantos sólo depende de sus sillones, que el dinero es más importante que el servicio público y que si tienes un amigo en la Moncloa tendrás un suculento puestecito, aunque los ciudadanos te hayan mandado a la oposición. Tan campante.