Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Nunca se olvidó de vivir

22/09/2023

A Carlos Herrera le entristecen los viernes, aborrece los sábados y, cuando llega el domingo, comienza a levantar cabeza porque se acerca el lunes. ¡Hay gente pa tó! Rara avis por devoción y otras por obligación. Con perspectiva, igual hasta crea tendencia. Y no sólo eso. A poco que rasquemos, encontramos algunas excepciones que confirman la pose Herreriana: los lunes pueden ser maravillosos. El día del chupinazo de las fiestas de Guadalajara, siempre recuerdo un comentario de Chema Poole, marqués de la Llanilla y parte vital de la historia reciente de la ciudad: «Todos los lunes tendrían que ser lunes de ferias». Y no le falta razón. Puestos a elegir entre ese día o el sábado festivo, en condiciones normales, no hay duda. El sábado es un tostonazo: no encuentras una mesa libre para tomarte una caña, las carpas de las peñas están a reventar y, en el ferial, en las atracciones o en los puestos de comida hay más cola que en el Cercanías en hora punta -y no tan punta-.  
Esto fue a lo que me agarré el sábado de fiestas. Antes de que llegara mi noche laboral, me repetía con no poco cinismo: es un agobio de sábado totalmente sobrevalorado. Pero llegó la tarde. Los que tenemos horario de panadero de los de antes -todavía alguno queda-, hay que dormir cuando se puede, no cuando te vence el sueño por la noche. Se trata de utilizar técnicas de guerra:  comer sin hambre o hacer tus necesidades sin que tengas urgencia, que después no sabes lo que puede venir. Es cierto que con el sueño no siempre es fácil y no basta con intentarlo con disciplina de monje cartujo. 
Ya en la cama, empezó a anochecer -que siempre es una ayuda- aunque, a partir de ahí, todo se complicó. Las peñas comenzaron a salir de los toros, con sus correspondientes charangas y el bullicio habitual. Justo debajo de mi ventana, un DJ contratado por una conocida cervecería empezó a pinchar música variada. Y entre que sí y que no, en la plaza de Santo Domingo, el grupo que iba actuar a partir de las diez empezó la prueba de sonido. «Ey, sí, sí. Probando, probando. Sí». En esas, al ver que no puedes dormir, te vas encabronando progresivamente. Como la vieja del visillo, cada media hora recorría la cortina, subía la persiana y, mientras veía multitud de caras conocidas que saltaban y bailaban sin parar al son de la música del DJ, juraba en arameo. Siempre sin odio ni acritud. 
Amenacé con levantarme cuando sonó El fin del mundo, el tema más famoso de un grupo de Parla que se hace llamar La La Love You. Razones tuve. Servidor, que ha cerrado garitos con ese temazo y no sereno precisamente, no podía permitirse tal provocación. «Y tú bailando, bailando, bailando. Y yo llorando, llorando por ti. Me voy muriendo mientras bailas. Me voy muriendo mientras bailas…» Me moría, sí, de envidia y no sana. De la peor de las envidias. No podía unirme porque la liaba. Lo tenía claro. Ajusté de nuevo los tapones de los oídos y a seguir, pero no había manera. Parecía como si el DJ estuviera dentro de mi cuarto. Reconocía cada uno de los temas y, lo peor, empezaba a tararearlos. Hasta que llegó el turno de Julio Iglesias y no con una canción cualquiera: Me olvidé de vivir. Y es lo que quería hacer yo: vivir y no perder el tiempo en un sueño que ni llegaba ni iba a llegar. Me levanté directo a la ducha y salí para Madrid. Cuando llegué a la radio, casi tres horas antes de lo habitual, la vida, con su permanente paradoja, me acercó a la muerte de alguien que jamás se olvidó de vivir y que hacía permanentes invitaciones a vivir a todos los que le rodeaban. Prometí hacer el mejor programa de radio dedicado a él y no desperdiciar ni un minuto de la vida. Pepe, este trago largo que me he pimplado mientras te recordaba va por ti. Hasta la última gota.